martes, 2 de noviembre de 2010

El silencio de la explosión

Siempre silenciaba con inquisitivo gesto a sus hijos y a su mujer a partes iguales. No había lugar para los juegos y el ocio en su hogar. Absorbido por su trabajo, el fabricante de fuegos artificiales Rick Bormann no encontraba tiempo en las 24 horas de su día para consolar a su esposa en su soledad acompañada o dejar sus petardos a un lado para charlar con sus hijos. Escudándose tras la premisa de un salario fijo que daba de comer caliente a los suyos no veía razón para cambiar su conducta.

Olor a pólvora, cartuchos de cartón y arcilla, fórmulas químicas colorantes en desgastados trozos de papel colonizaban el desván del hogar de la familia Bormann aunque aquello ya no pudiera llamarse familia. En aquel desván, el silencio reinante era total sesgado de forma eventual y molesta por la risa de los críos. Los constantes caprichos de su mujer tampoco ayudaban. Manipular productos volátiles no es cosa de niños y el mínimo error podría significar el desastre. "Como desearía mandarlo todo al carajo" pensaba en el eco de su preciado desván mientras ensamblaba el último cohete de la remesa para el castillo de la semana siguiente. El baile de luz y color había de ser perfecto. Los fuegos le harían el amor al cielo durante más de media hora con una orgía de sonido y destellos que harían las delicias de los espectadores. Cientos incluso miles de aquellas personas coreando el nombre de Rick con los rasgos iluminados por su arduo y oneroso trabajo. Para terminar este trabajo había requerido toda su concentración la cual le abandonaba cuando su familia estaba en casa. Con toda la educación que su exasperación le permitía le pidió a su esposa que se marchara con los niños a la casa de su hermana. A regañadientes y tras una acalorada discusión la dolorida mujer se retiró dejándolo en la más plena y sosegada solitud. Contemplaba con el orgullo de un padre primerizo a su obra maestra. El "revientatechos" como a él le gustaba llamarlo era un cohete lustroso que iluminaría el cielo de dorado y verde durante más de un minuto formando formas complicadas y sorprendentes. De repente, la fragancia de la madera quemada llegaba a su nariz mientras un humo infernal se filtraba por debajo de la puerta del desván. Los tapones que empleaba siempre para trabajar le habían impedido advertir la alarma anti incendios. ¿De dónde diablos venía aquel fuego? El maldito asado de mi mujer que me advirtió que quitase del fuego hace ya casi tres horas. Maldita estúpida. ¿Cómo se le ocurre? Intentando salvar el trabajo ya condenado de su vida arrojaba con denuedo los fuegos por la ventana. El fuego comenzó a devorar la puerta hasta llegar a los depósitos de pólvora que explotaron arrojándolo a través de la ventana hasta dar con sus huesos inertes en el suelo del porche.

No quiere saber cuanto tiempo ha pasado desde el accidente. Le basta con saber que su trabajo ha sido engullido por el fuego. Su mujer le abandonó ante el horror de su imprudencia que bien podría haber acabado con la vida de sus hijos. La intensa explosión había embestido contra los tímpanos de Rick haciéndolos trizas así como su oído interno. La sordera era total e irreversible le dice el médico entre jerga condescendiente mediante unas letras grandes escritas en un bloc de notas. Ahora no le queda nada. Su familia alejada, su trabajo carbonizado. Solo le quedan sus recuerdos, unos cuantos huesos fracturados y el silencio que buscó durante todos los años de su vida.

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