miércoles, 27 de octubre de 2010

El llanto del violín

Los grumos del gotelé barato de mi habitación forman imágenes oportunistas en consenso con el tormento de mi alma. ¿Acaso este parece un violín boca abajo? No. Todo son imaginaciones. Reflejos en un charco putrefacto que vibra solitario asincopado al paso del gentío. A pesar de que sé lo que está haciendo mi mente con mi corazón no puedo evitar pensar en ella y el modo en el que se marchó. Impresa en el interior de mis párpados, la imagen de su dolorosa sonrisa me clava astillas en el corazón a pesar del tiempo pasado. A pesar del odio que creía profesarle.

No ha pasado tanto tiempo para olvidar su expresión cuando me dijo adiós. Si quería continuar su carrera como violinista tenía que abandonar la ciudad y todo cuanto le ligaba a ella. Hizo su elección y cortó cada eslabón que le unía con mi persona. El dolor que desencajaba su rostro y le forzaba a gesticular ese desagradable mohín que forma quien no se atreve a llorar a pesar de las ganas me daba a entender que aquel trauma era sincero. La voz entrecortada. Los ojos hinchados. Casi como el orgullo en mi pecho. Debí ser más cálido, más comprensivo pero no había sitio en mi conciencia para la clemencia. Solo cabía la oscuridad y el despecho. El abrazo que me legó en despedida dejó en mí ese perfume que tanto me gustaba y que no tardé en eliminar de mi piel al llegar a casa. No le permití explicarse. Todo cuanto hice fue girar sobre mis tobillos y salir de su portal dejándola en las escaleras con el corazón aparentemente descompuesto.

Casi cuatro años de relación que se desgajaron por un capricho profesional. Eso fue lo que mi infantil mente consiguió construir pero los acontecimientos y el dolor me han hecho comprender que no escogió un capricho sino que persiguió su sueño y yo no podía estar en ese viaje. Ahora tres años después he de enterarme de su prematura muerte por los informativos y todo cuanto puedo hacer es recordar "el llanto del violín" que compuso solo para mis oídos.

Una versión más joven de mí mismo, más ingenua y enamoradiza con la cabeza descansando sobre el acogedor regazo de la mujer a la que amaba mientras ella revisaba hacendosa las partituras de su violín. El olor a hierba cortada, el sol creando una máscara de luz sobre mi atontado rostro y su perfume eclipsando el medio. Un te quiero retumbando hueco en el abismo que ahora alberga mi pecho. Unas lágrimas gratuitas que mis recuerdos me regalan con una sardónica mueca en el rostro. Una cama que resulta más fría y más vacía que nunca y el llanto del violín que continúa sonando.

2 comentarios: