jueves, 18 de noviembre de 2010

El perfume de la parca

A mi mente acude con la usual crueldad, el recuerdo de su rostro. Los largos paseos por parques de ambarino follaje, las flores rojas a cada principio de mes, todo vale para refrescar aquellos sueños de la memoria. Pero por cada sueño hay una pesadilla. Los goteros profanando su clara piel así como el olor estéril y enfermizo del hospital que nunca podré eliminar de mi recuerdo. Un azar sádico e injusto que decidió llevársela no sin antes hacerla padecer hasta lo indecible. Yo, atormentado por mi presente y la imagen de mi futuro sin ella, aferrando su mano gris y ya por aquel entonces congelada a un extremo de su cama. El llanto estridente e impotente de unos padres que perdían su vida con la marcha de su única hija. Médicos fríos y carentes de humanidad, curtidos por el dolor con el que lidian, lanzan esperanzas inciertas y datos ininteligibles que no alcanzan siquiera a domar la histeria de una madre desolada. Ojeras cada vez más marcadas y apariencia cadavérica en lo que un día fue una mujer vital que siempre hablaba de futuro. Con esa imagen en la cabeza, oírla desear la muerte con lágrimas avergonzadas en el rostro solo me hacía desearla también y acompañarla en su duelo. Acompañarla hasta el final.


Hoy en día, pasados los años me decido a continuar con mi carrera y mi vida. Siempre con el bagaje oscuro de un pasado convulso y lleno de recuerdos que ya no sé separar de la imaginación. Con esta carga, acudo a clase mientras escucho los murmullos que elucubran sobre el porqué de mi actitud desabrida. Algunos comprensivos, otros ácidos y salpicados de un humor que yo dejé de comprender hace mucho. Un día más salgo al exterior tras terminar las clases y espero paciente el cambio de color del semáforo. Al otro lado, una chica de mi edad que no puedo evitar compararla con ella como tantas veces al día lo hago. Antes de que el verde se ilumine y aprovechando la suavidad del tráfico, cruzo viendo que la chica toma mi idea por buena y me imita de forma rápida. Al pasar por mi lado, como una broma descarnada del destino, me deja una nube de perfume en el corazón y los sentidos. Ese perfume dulce y sedoso. El mismo perfume que ella solía usar. Cierro los ojos dejando que el perfume se recree en las partes de mi cerebro que saben apreciarlo. Tan absorto y devastado como cuando la línea del monitor se volvió plana. Quizás demasiado como para oír el claxon de un coche que se abalanzaba sobre mí haciéndome volar por los aires y aterrizando sobre mi cráneo cuyo crujido escucho antes de perder la consciencia.

Ahora, convaleciente y patético, comprendo aquellas lágrimas vergonzosas. Aquel duelo interno y orgulloso de la mujer de mi vida. Quiero pensar que ahora ella me está devolviendo el favor. Que está en cierto modo acompañándome hasta mi final. Aunque el absoluto silencio y soledad de mi habitación refutan despiadados mi teoría o cualquier pensamiento alentador.

2 comentarios:

  1. buah genial,me encanta,me a hecho llevarme la mano a la boca,impresionante, triste y feliz a la vez.

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  2. es increible.. me has dejado muerta cielo(L)

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