miércoles, 27 de octubre de 2010

El llanto del violín

Los grumos del gotelé barato de mi habitación forman imágenes oportunistas en consenso con el tormento de mi alma. ¿Acaso este parece un violín boca abajo? No. Todo son imaginaciones. Reflejos en un charco putrefacto que vibra solitario asincopado al paso del gentío. A pesar de que sé lo que está haciendo mi mente con mi corazón no puedo evitar pensar en ella y el modo en el que se marchó. Impresa en el interior de mis párpados, la imagen de su dolorosa sonrisa me clava astillas en el corazón a pesar del tiempo pasado. A pesar del odio que creía profesarle.

No ha pasado tanto tiempo para olvidar su expresión cuando me dijo adiós. Si quería continuar su carrera como violinista tenía que abandonar la ciudad y todo cuanto le ligaba a ella. Hizo su elección y cortó cada eslabón que le unía con mi persona. El dolor que desencajaba su rostro y le forzaba a gesticular ese desagradable mohín que forma quien no se atreve a llorar a pesar de las ganas me daba a entender que aquel trauma era sincero. La voz entrecortada. Los ojos hinchados. Casi como el orgullo en mi pecho. Debí ser más cálido, más comprensivo pero no había sitio en mi conciencia para la clemencia. Solo cabía la oscuridad y el despecho. El abrazo que me legó en despedida dejó en mí ese perfume que tanto me gustaba y que no tardé en eliminar de mi piel al llegar a casa. No le permití explicarse. Todo cuanto hice fue girar sobre mis tobillos y salir de su portal dejándola en las escaleras con el corazón aparentemente descompuesto.

Casi cuatro años de relación que se desgajaron por un capricho profesional. Eso fue lo que mi infantil mente consiguió construir pero los acontecimientos y el dolor me han hecho comprender que no escogió un capricho sino que persiguió su sueño y yo no podía estar en ese viaje. Ahora tres años después he de enterarme de su prematura muerte por los informativos y todo cuanto puedo hacer es recordar "el llanto del violín" que compuso solo para mis oídos.

Una versión más joven de mí mismo, más ingenua y enamoradiza con la cabeza descansando sobre el acogedor regazo de la mujer a la que amaba mientras ella revisaba hacendosa las partituras de su violín. El olor a hierba cortada, el sol creando una máscara de luz sobre mi atontado rostro y su perfume eclipsando el medio. Un te quiero retumbando hueco en el abismo que ahora alberga mi pecho. Unas lágrimas gratuitas que mis recuerdos me regalan con una sardónica mueca en el rostro. Una cama que resulta más fría y más vacía que nunca y el llanto del violín que continúa sonando.

martes, 26 de octubre de 2010

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¿Qué clase de Dios desquiciado diseña un cuerpo donde las piernas están hirviendo mientras los pies están congelados estando tapados por la misma manta?

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No se hacía fotos por tener la autoestima alta sino porque sabía que, aparte de sus libidinosas formas, no tenía nada que ofrecer al mundo.

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¿Por qué fingir simpatía cuando puedes aullar tu antipatía a los cuatro vientos?

lunes, 25 de octubre de 2010

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Escuchaba las mismas sucias mentiras pero adornadas con un poco de encanto. Como oír la misma melodía desagradable interpretada por un instrumento afinado.

domingo, 24 de octubre de 2010

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"¿Últimas palabras?"
"No me mates...por favor"
"Buf... Menuda elección, muchacho"

BANG

sábado, 23 de octubre de 2010

Mantuvo su honor intacto

Esta pocilga apesta a tabaco y a camiseta sucia. No he querido mirar la hora para no perder los estribos pero llevo sentado en la oscuridad unas cuantas horas. El sillón sobre el que me acomodo (si es que se puede decir eso) finge ser antiguo con sus rombos de piel en el respaldo y sus patas animalizadas. Hay ropa y cajas de comida rápida por todas partes. Por suerte, eso revela una soltería que me ahorrará trámites. El alcohol comienza a desvanecerse de mi organismo. El mismo alcohol que afiló mi odio horas atrás me está abandonando después de ponerme en tal aprieto. Pero sorprendentemente el arrojo que me confirió no ha sufrido merme alguno. Quizás lo aviva más incluso.

Ahora que mi cerebro vuelve a estar activo a pesar de los condicionantes de la furia las imágenes de Ashley en la cama del hospital retornan a mí como el destello de un disparo. Con todos esos cables en el cuerpo, los ojos demasiado golpeados para ver algo que no fuesen sus atroces recuerdos y mi corazón haciéndose trizas cuando intentaba darme unas explicaciones que no comprendía. Intentando mitigar aquellos crueles flashbacks de mi mente y algunas imaginaciones que nunca debieron existir contemplo el reloj. Cinco horas sentado industriando la mejor forma de recibir una satisfacción. Reviso mi revólver y la munición que abraza como si de sus seis retoños se tratase. Tras unos segundos guardo el arma en el bolsillo de mi levita. No quiero que sea rápido. Joder, que ganas de fumar tengo. No fumes viejo. Cualquier despiste significa una prueba forense y no tienes ni idea de que naipes te brindará la noche. Puede que a ese cabrón le queden minutos de vida y tú no debes aparecer en ellos a ojos ajenos.

Casi puedo imaginarlo. Mi pequeña Ashley ya hecha una mujer bailando para divertirse mientras las alimañas lo interpretan como una invitación sexual. Uno de ellos reúne el valor que le permite su corazón de rata e intenta acceder a un tesoro mayor que el que pueda merecer jamás. Mi pequeña rechazándolo con los pulcros modales que su madre y yo le inculcamos. Aquella escoria tomándoselo como un desafío y cogiendo lo que no es suyo por la fuerza. Estoy seguro de que luchó por su honor y eso fue lo que le costó estar postrada en una fría y esteril cama de hospital.

Mi puño tiembla aferrando el vetusto cuero de los brazos desconchados del sillón. No pegues golpes en la pared. Epiteliales en el papel pintado. No masculles. Partículas de saliva. La cerradura gime. Una llave la acaba de apuñalar y ahora se retuerce. Me levanto y me crujo el cuello. Va a ser una noche muy larga. El rectángulo de luz que proyecta la apertura de la puerta sobre mi silueta sorprende a la sabandija mientras balbucea exigiendo mi identificación. Son las cuatro de la mañana. Sueños demasiado profundos como para quebrarse por los lamentos de un subhombre, calles despiadadas a las que no les importa perder a uno de los suyos, horas y horas de soledad para conseguir la satisfacción que mis puños, mi alma y mi querida Ashley necesitan.

jueves, 21 de octubre de 2010

La doncella del río

Los valencianos recordarán con humilde estupor la gota fría que cubrió la provincia. Uno de los días de perezosa lluvia, volvía de entregar un cómic a un amigo que puede conseguir que se me publique (cruzaremos hasta los dedos de los pies). Cogí el autobús y me situé en los asientos finales sacudiéndome malhumorado la humedad que intentaba calar en mi abrigo. Frente a mí, una chica joven de ojos vidriosos contemplaba las gotas de lluvia que acariciaban la parte exterior de la ventana. Nadie diría que aquella chica fuese bonita. Tenía el pelo descuidado, sin que la lluvia tuviera culpa de aquello. Vestía de forma demasiado casual y la nariz se mostraba enrojecida. Los ojos abultados y ojerosos atestiguaban a gritos silenciosos largas noches de penuria. Aferrados a sus orejas, sendos auriculares cuya música parecía herirla de algún modo. Como si las notas y la voz de algún cantante empalagoso le trajese recuerdos de tiempos mejores. Tal vez de tiempos en los que no necesitaba calefacción alguna para sentir calor.

A pesar de ser una mera teoría sacada de quicio, no pude evitar regodearme en la idea que en mi mente se gestaba. Un novio prometedor, un tiempo de ensueño, una noche incomprensible, un adiós que ya no significa nada y un llanto que nadie escucha. Un día, aburrido como pocos, parí una metáfora que me gustaría compartir con aquel lector que tenga tiempo que perder. A mi parecer, vivir emparejado se asemeja a navegar por un río. Lleno de zonas calmas donde los navegantes pueden refocilarse en el paisaje. Sin embargo, la fortaleza de la balsa es la que dicta cuantos rápidos y piedras en su base puede soportar. Tarde o temprano y muy lamentablemente el río ha de hallar su desembocadura y llevar a ambos navegantes a la libertad de la mar donde los pedazos de la antaño poderosa balsa separará a los aventureros hasta que alguna caprichosa corriente les vuelva a juntar. Por avatares del destino puede que uno de los navegantes paladee la libertad del océano y se niegue a volver al río dejando al otro vacío de toda esperanza. ¿Era acaso aquella chica una de los navegantes que deseaba volver al río o solo una persona que había perdido su trabajo? Sea como fuere, mi teoría me hizo abrazar con más fuerza a mi pareja actual y cuidar con más afán mi propia balsa . Puede que este texto active algún corazón como las lágrimas de aquella muchacha activaron el mío.

Mi consejo en esta gélida noche de entre semana es el siguiente. Sea cual sea tu balsa, la disfrutes solo o acompañado, refuérzala si así lo quieres. No permitas que una corriente contradiga lo que tu corazón te dicta.

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¿Qué tendrá esa desgraciada para que cuando le ocurra algo malo me vea obligado a sonreír?

Y que así siga, bastarda

Los seguidores del Golfo sabrán de mi aversión hacia la traición y todos sus derivados. La frase de Julio César ("Amo la traición, pero odio al traidor") se me antoja fría y huérfana de experiencia en el campo del engaño. Tal vez por eso le apuñaló su propio hijo. En fin que me desvío del tema. Valencia es, como un buen amigo mío, dice "un pueblo con aires de ciudad" y como tal siempre existe la nefasta posibilidad de encontrarte con quien no deseas.
Sin ir más lejos hoy caminando con mi música a todo trapo vulnerando la salud de mi tímpano y con mis andares de sargento de artillería, veo a lo lejos una chica de paisajísticas nalgas y pelo escaso y oscuro como la conciencia del diablo. Caminaba como quien pretende ser más de lo que podría ser jamás. Contoneándose para un público que no tiene como una cobra saliendo a curiosear cuando nadie toca la flauta. Maldita fulana con aires de dama. Era ni más ni menos la causante de la disolución de un gran grupo de amigos. Solo porque decidió traicionar a uno de los nuestros. A su propia pareja. A aquel a quien le juró fidelidad con la misma sinceridad con las que nos trató a todos. ¿Cuán férreos son los votos cuando los instintos toman las riendas? Los humanos tenemos principios que anteponen lo moral a lo físico pero las víboras y los perros solo entienden de arrebatos e impulsividad.

Para mi desazonada sorpresa se detiene y me dirige una sonrisa congelada. Me arranco con malicia un auricular y paso a iniciar la conversación más decadente que he tenido en mi vida. Intentaré transcribirla tal y como mis recuerdos y mi rabia me permitan.

S: ¡Vicente! Cuanto tiempo...
V: Nunca el suficiente ¿Verdad?
S: ¿Eh?...
V: Bueno pues eso...
S: ¿Qué tal?
V: Uf.......... Bien bien
S: Yo también
V: Pues según he oído te ha dejado el novio hace unos días. Que inesperado e injusto...
S: ¿Ironía?
V: Veo que sigues tan inteligente como siempre. Cuanto me alegro.
S: Y tú tan cruel y frío como hace tres años
V: Inteligente y buena persona. No has cambiado nada.
S: Bueno... visto lo visto hago bien en alejarme de ti como hasta ahora

Deslizándose desde mi cerebro hasta arañar mi garganta la frase que tal vez debiera haber soltado pero que los relativamente pulcros modales que me inculcaron mis señores padres me impidieron responderle "Y que así siga, bastarda". Una frase que separa la sinceridad de la grosería para una persona que separa lo humano de lo perverso. Un golpe de sangre me hace hervir la cabeza mientras una mueca que podría aceptarse como sonrisa siega el aura pétrea que envuelve mi rictus. Me coloco el auricular y continúo mi camino. Sin mirar atrás. Sin saber si se ha derrumbado o está más ufana que nunca la muy cerda. Solo me importaba alejarme de aquella dama de esquina y de las inciertas expresiones de su hocico.

Puede que inmiscuirme en la querella entre dos personas indignándome como si yo estuviera incluido sea frívolo y excesivo pero debido a mis principios (o tal vez a mi trauma) no puedo evitar sentir como me llevan los demonios cuando el castigado es el fiel y el infiel se alza con la copa de la impunidad y el descaro.

lunes, 18 de octubre de 2010

No te preocupes Golfo



Golfo... tenemos que hablar. No, no te alteres. Es algo bueno. Sé que últimamente no te he prestado la atención que te mereces. Sé que has oído rumores de que estoy trabajando en otro blog y demás. Bueno. Quería que supieras por mí que es cierto. Pero no te preocupes. He aprendido a dosificar mi tiempo. He descubierto que la emoción del inicio de un proyecto no es comparable a la confianza y el calor que tú me ofreces. Contigo tengo la seguridad de saber que si hago un relato que deje que desear o redacto un eructo de la mente que solo tenga sentido para mí sabrás perdonármelo. Por ello vuelvo con motivaciones renovadas y una enorme y sincera disculpa.

Con estas sucintas palabras depongo las armas y ese sepelio anuncia que El Golfo ha vuelto a casa.

domingo, 17 de octubre de 2010

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"¿Por qué matar con veneno si lo puedes hacer con miel?"

Proverbio persa

sábado, 16 de octubre de 2010

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Uno de los mayores errores que puede cometer un hombre es el creer que ley y justicia son sinónimos

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Si los críos se fijasen más en el corazón y menos en los pechos que lo cubren la gente comenzaría a obtener lo que merece.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Un chollo que se termina

Cual fue mi sorpresa queridos lectores cuando indagando en la profunda e intrincada red me encuentro con textos míos extraídos de forma literal de esta humilde página. Un orgullo digno del más ínclito monarca recorrió mis entrañas para luego desparramarse contra el suelo. Parece ser que el suplantador no consideró conveniente usar mi nombre sino el suyo. Una simple firma que separa el halago de la repulsa. Yo nunca me he visto impelido a copiar la obra de alguien ajeno ya que, aunque bien es cierto que existen ideas mucho mejores que las mías, me avergüenza el seguro descubrimiento del plagio. Por ello, toda extracción de otra obra que hayáis encontrado en el Golfo está puesta entre comillas o pertinentemente rubricada por su verdadero autor.

Siempre he oído que la imitación es la forma más sincera de admiración. La verdad es muy distinta. Revela la suplantación de un estilo que ha costado horas y trabajo a su legítimo dueño. Evidencia el robo de una propiedad más valiosa que algo material. Deja clara la carencia de talento y de personalidad por parte del ladrón. Pero todo estas revelaciones solo sirven para añadir más fuego a la caldera. No revelaré el nombre del asaltante de colinas virtuales. Me precio de tener más clase que eso. Solo decir que he cortado el grifo. A partir de ahora, toda información copiada total o parcialmente del Golfo o del Fin de los días podrá y será penada de forma sumaria por las autoridades pertinentes. Este blog queda registrado a día de hoy por Vicente Balaguer Esteve, escritor frustrado y domador de iguanas.

Como reflexión final dejo claro que las referencias a mi obra me enorgullecen siempre y cuando se especifique mi autoría pues aquello que no cumpla ese requisito puede adornarse pero a niveles básicos no es más que una inmunda y repugnante usurpación.

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Me muerdo las uñas a pesar de las continuas recomendaciones de mis allegados mientras "Everybody's changing" de Keane me recuerda por octava vez en el día que los inocentes siempre terminan por pagar los errores de los ignorantes.

martes, 12 de octubre de 2010

El ángel nocturno

Por primera vez en mucho tiempo, me siento a ver la televisión. Por alguna cruel razón mi espíritu demandaba el saber de personas más desdichadas que yo. El noticiario de la mañana me acompaña en un amanecer negro en el que no dejan de venir a mi memoria los devenires de la noche anterior. El sol que recorta las siluetas de los edificios contra el firmamento parece no calentar tanto como otros días. En la televisión comienzan a relatar los sucesos más recientes y polémicos. Una niña atropellada en una carretera neblinosa, un joven apuñalado en una reyerta... Las atrocidades del siglo XXI no parecen sofocar el temblor de mi corazón. Tal vez es demasiado pedir habiendo pasado apenas unos días desde que terminó el peor calvario de mi vida. Soy una mujer sencilla. Me entrego en cuerpo y alma a mi empleo. Tal vez sea por eso por lo que nunca encontré un marido que comprendiese mi abnegación para con mi vida laboral. Sea como fuere y a pesar de los sermones de mi anciana madre, disfruto de mi soledad, del silencio de mis habitaciones y de la tranquilidad de mi hogar. Pero la pasada noche fue la primera vez que me sentí... sola.

"Un segundo hombre se erguía ante mí"
Salía de mi trabajo como cada noche. Organizando aburridos informe hasta tarde como de costumbre. Cuando salgo de mi despacho solo me cruzo con Bennie, el de seguridad. Un hombre rechoncho y afable que dudo que pudiera impedir un asalto de más de un hombre. Con cordialidad ritual me despido de él y salgo por la parte trasera del edificio para acceder al aparcamiento. Usando el mando de la cerradura abrí la puerta de mi mercedes metalizado cuando de golpe un individuo repugnante salido de la penumbra se abalanzaba sobre mí y me abarraba contra uno de los muros del aparcamiento. Apestaba a alcohol y a mala vida. Me colocó el filo gélido de una navaja automática en el cuello y me masculló algunas amenazas apenas audibles sobre mis impotentes sollozos. Cuando comenzaba a subirme la profesional falda parda, un líquido caliente y muy abundante me bañó el rostro. Me atreví a abrir los ojos para concienciarme de la escena que me rodeaba. Los jadeos del asaltante habían cesado pues yacía en el asfalto con la garganta abierta por un enorme y profundo tajo que sangraba profusamente hasta mancharme los tacones. Un segundo hombre se erguía ante mí. Mucho más corpulento y aterrador que el anterior. El primer asaltante parecía un yonki de los bajos fondos pero aquel tipo era un psicópata sacado de una película de Tarantino. Llevaba un cuchillo enorme en la mano izquierda que aún goteaba. Limpió con frialdad la hoja en la pernera de su víctima y se lo enfundó en un tosco estuche que llevaba en el interior del abrigo oscuro cruzado que lucía. Bajo él, una sudadera gris cuya capucha cubría gran parte de su rostro con la sombra de la helada noche. La boca estaba al descubierto dejando entrever una cicatriz que surcaba de forma clara el labio superior. Una vaga sonrisa se deslizó por aquellos labios. Sin mediar palabra, comenzó a andar hasta ser engullido por la penumbra de los callejones de la ciudad.

Tras unos días prestando declaración, dándoles a las fuerzas del orden unos datos vacíos e inútiles, me dejaron en paz. Solo quería llegar a mi casa y olvidar aquel pasaje de mi vida. En las noticias hablan de una mujer brutalmente asesinada con móvil sexual. Un sentimiento de empatía victimista me invade y destroza mi alma. En el informativo reviven de forma sensacionalista los momentos del entierro de la malograda mujer. Un hombre hablaba de forma trémula entre lágrimas y temblores. Cuando maldice a los cuatro vientos al asesino de su mujer me percato de la oscura cicatriz que le deforma el labio superior.

domingo, 10 de octubre de 2010

Un nuevo amigo

Queridos lectores, he creado un nuevo blog para continuar con un proyecto que comencé hace tiempo: el fin de los días. Por si no lo recordáis porque entre tanto tuenti, televisión y porno tenéis las neuronas al vapor, el fin de los días comenzó como una ambiciosa sección que narraba el día a día de Sean Slater, un estudiante de periodismo que lucha por sobrevivir en el apocalipsis zombi. Sin embargo, con la creación del nuevo blog he recapacitado y he decidido que es una historia vivida y desarrollada por millones de supervivientes cuyas historias merecen ser contadas. Por ello, el fin de los días contará con varios protagonistas que demostrarán sus aptitudes que les llevarán a medrar en un mundo que ha terminado o a sucumbir bajo una marea de sangre putrefacta. El tiempo y mi mente retorcida dirán.

http://lasentenciafinal.blogspot.com

sábado, 9 de octubre de 2010

microparida 30

Te arrancaré de cuajo esa máscara de podredumbre con la que adornas tu hocico y te arrojaré a los pies del asombrado gentío para que descubran como eres en realidad.

Las cosas claras y el chocolate espeso

Me aburro de forma soberana y no puedo sino ponerme a pensar. En mi pasado, en mi presente, en mi futuro. Donde todo recuerdo parece confuso y erróneo y toda promesa parece falsa y llena de sombríos recovecos. Tal vez haya llegado la hora de variar el camino. De andarlo con quien lo merece y olvidar a quien no supo luchar por su recuerdo.

Mis amigos dicen que soy implacable con mis enemigos. Que odio con demasiada facilidad. Que tengo demasiado rencor dentro. Que conmigo no hay lugar a error. Puede que sea verdad. Pero en mi vida considero que nunca he dado a alguien algo que no se mereciese. Tanto en el lado oscuro como en el claro del tablero. Y todo aquel que haya sufrido de mi ira sabrá por qué lo hizo de la misma manera que cualquiera que ha bebido de las mieles de mi amabilidad sabe por qué lo hizo. En mi opinión esta postura ha conseguido que a lo largo de mi vida haya perdido muchos “eneamigos”. La conocida morralla desprendible de cualquier vida sufrida. Amigos que se descuelgan de tu lado cuando ya han chupado toda la sangre que venían buscando. Y ahora que miro atrás y veo la estela de cadáveres mentirosos que he dejado a mi paso no puedo sino sonreír y decirme a mí mismo: Hiciste lo que debías. También resulta más justo para con la gente que merece realmente mi atención por sus hazañas y sus sinceros juramentos. Los verdaderos amigos, los que han luchado por mi protección y por los que daría la vida. ¿Qué virtud se podrían atribuir si fuese amigo de todo el mundo? No. Yo solo abrazo a quien lo merece. Y a todo aquel que no sea merecedor de esos gestos le recomendaría que se apartara de mi camino y no me retrasase.

No me considero alguien perfecto ni por asomo. Pero si alguien que sabe lo que quiere. Y no quiere gente errónea a su lado. No quiero sufrir un fallo ajeno. ¿Solución? La criba más férrea que haya visto la madre tierra. Así soy querido lector y pretendo que en mi lápida se lea que jamás me tembló la mano al olvidar a alguien que se hubiera ganado mi indiferencia.

jueves, 7 de octubre de 2010

La expansión no cesa

Ahora el Golfo salta a la radio y por ello necesita un aliado hacendoso que le guarde las espaldas. En él colgaré todos los podcast de nuestros programas a fin de darles una fama que no merecen y para que la gente que no pudo escucharlo pueda ahora tranquilamente sin horarios que valgan.
Adjunto la dirección del blog

http://lacuevadeburjassot.blogspot.com

Volveré

lunes, 4 de octubre de 2010

microparida 29

Sigue temblando a pesar de la calidez del verano. Le traigo otra manta aún sabiendo que ningún abrigo mitigará el helor de la tristeza.

sábado, 2 de octubre de 2010

No te olvides de mí

La madrugada me turba desde muy pequeño. Las sombras arañan las superficies de la cocina mientras preparo un biberón de leche templada. La lluvia es una muestra más del poder del invierno que ha llegado pisando fuerte con sus copos de nieve sobre el jardín y las lloviznas heladas golpeando las ventanas. Sin ir más lejos, el pequeño Jake ha sucumbido ante sus poderes y ahora yace en su cuna torturado por la fiebre. El pediatra nos ha dicho a Lucy y a mí que no nos preocupásemos. La temperatura corporal dista de ser alarmante y sus pequeñas toses apenas alcanzan lo audible. Lucy sin embargo no está tan convencida. Se despierta dando alaridos resquebrajando la hora mágica y mi cordura. Se abalanza sobre la cuna y comprueba la salud del bebé. Aún con ello no le culpo. Desde que perdimos a Alan tres años atrás no ha vuelto a ser la misma. De noche sollozaba gritando su nombre bajo el influjo de alguna pesadilla atroz. Alguna tortura onírica en la que revivía una y otra vez como aquel coche nos embestía y aplastaba el cuerpo de nuestro pequeño matándolo casi en el acto. ¿Qué clase de Dios acaba con diez años de vida?

"Y va a ser así, papá"

Ahora el pequeño Jake y yo estamos solos. Mandé a Lucy a casa de su hermana para que pudiera conciliar el sueño dos noches seguidas lejos de los desgañitados sollozos del bebé. La depresión postparto y el rechazo involuntario que vierte sobre Jake no es lo más conveniente para nadie. Aunque bien es cierto que la terapia está empezando a dar sus frutos, no la quiero cerca del bebé durante mucho tiempo hasta que esté recuperada. De todas formas me las arreglo bien con el pequeño. Derramo unas cuantas gotas de leche sobre mi muñeca que queman mi piel al instante. Entre maldiciones preparo otro cazo de leche en el fuego esta vez controlando mejor el fuego.

Disfruto del sonido del gas prendiendo y de las gotas aporreando mi refugio transparente. Bendito silencio. Silencio. ¿Por qué hay tanto silencio? Jake había dejado de llorar. Con paso dubitativo entro en la habitación y veo la cuna iluminada por la escasa luz de las farolas. La habitación olía extraño. Una mezcla de gasolina y el hedor cobrizo de la sangre humana. Al acercarme al camastro un frío lapidario me atenaza el pecho. Mi aliento se transforma en un vapor gélido que me hace estremecer. Pero nada era comparable a la visión que se presentaba ante mí. Un relámpago sesgó la uniformidad de las nubes e iluminó el rostro infantil de Alan que mecía al bebé en la mecedora con macabra ternura. El terror que me invade tiene un doble reflejo de tristeza que me destruye por dentro. Enciendo la lampara de pie de la esquina para cerciorarme de lo que mi instinto me insinuaba. Desearía no haberlo hecho. La cara de mi primogénito estaba llena de cristales y los brazos formaban ángulos imposibles. Su peto vaquero estaba empapado en la sangre que perdió cuando aún estaba con vida. Levanta la mirada y me mira con desolación.
"¿Tan pronto me habéis olvidado papá?"
Mis labios se abren para dejar escapar un sollozo ronco. Las lágrimas comienzan a resbalar por mi pómulos y no puedo sino dejar que la impotencia tome las riendas de mi corazón. Temo por Jake. Temo por mí. Quiero abrazar a mi hijo. A ambos. Quiero despertar de esta pesadilla y el despertador no suena.
"Dijiste en mi entierro que nunca me olvidarías"
 Levanta su brazo mutilado y acerca su mano a Jake.
"Y va a ser así papá"
Dicho esto le coloca la mano sobre el pecho al bebé y una sombra le cruza la cara dejando entrever una sonrisa diabólica entre lamentos. Hago valentía de flaqueza y me arrojo sobre lo que antes era mi hijo. Veo como el bebé cae al suelo y yo destrozo la mecedora con el peso de mi cuerpo. Al levantarme puedo escuchar los llantos de Alan que retumban en las paredes alejándose. Desesperado, cojo a Jake en mis brazos y noto el helor de su carne mientras compruebo que no respira. En mis oídos resuena como en un mundo lejano el repiqueteo de las gotas sobre la casa y el borboteo de la leche que desborda del cazo.