sábado, 27 de noviembre de 2010

La soledad de la eternidad

En la aldea de Trangunov nada parecía en su lugar. Los lugareños distaban de ser amables, el sol de la mañana no asomaba tímido con una azulada penumbra como en el resto de los lugares y en verano no imperaba el tórrido calor que solía asolar las regiones vecinas. No en Trangunov. Los pobladores eran huraños y reservados. No revelaban sus secretos ni a los familiares más cercanos. El sol era rojo y amenazador cuando se imponía sobre las macizas nubes que cubrían la región y no reportaba calor alguno. Era un sol maldito y lleno de historia. A pesar de que la región distaba de ser cálida, el helor que en Trangunov atería el corazón no tenía nada que ver con los fenómenos meteorológicos. Es el castillo. Ese maldito castillo y su omnipresente sombra del que siempre bajan gritos deslizándose por los riscos del foso. Alaridos que aterran el futuro arrancados de las gargantas de aquellos que se atreven a oponerse al señor. El boyardo al cargo de la aldea nunca se revelaba para velar por los intereses de sus siervos. Ni siquiera mandaba emisarios con edictos a repasar. Todo sumido en el más tenebroso secretismo.

Las cosechas eran infames. Los vegetales se pudrían a la semana y el ganado desfallecía corroído por algún tipo de infestación maléfica. La nube mortífera de terror que el recién nombrado boyardo había liberado sobre Trangunov no conocía de límites ni de misericordia. El reinado de pavor que el noble había extendido no podía aún con todo contener las lenguas del pueblo llano que pronto se aventuró a susurrar leyendas negras sobre el señor.  Se rumoreaba que se mantenía en el trono pese al paso de las generaciones. Que él era el directo responsable de la desaparición de las gentes. El vaivén continuo y pavoroso de hombres enlutados que cubren su rostro con largas capuchas. El acallar de los perros que gimotean al paso de tan siniestro séquito. El frío y la muerte tenían explicación en Trangunov aunque estuviera enturbiada por el misticismo del mito y la conjetura.

"Una puerta sin símbolos sacros colgados. Una oportunidad"
                                                
Una de las leyendas más famosas cuenta la historia de Viktor Plugieritz y su condenada familia muertos décadas atrás. Una noche nublada en la que el boyardo se le antojaba el sabor picante y fresco de la carne humana. Una puerta sin símbolos sacros colgados. Una oportunidad. El boyardo entró y, frente al campesino, devoró a la mujer hasta los músculos y a la hija le dio muerte para cesar con su griterío. El labriego demostró tal valor combatiendo al diablo mismo que, el boyardo, decidió regalarle la “Ascensión Roja”. Mordiendo sus muñecas tras la quiebra de su voluntad mortal, le unió a las filas para luego desaparecer en la noche y en el imaginario popular.

Se dice que, cada año, el día de la trágica muerte de su familia, Viktor Plugieritz vuelve a Trangunov y busca a su hija y mujer durante la noche hasta que los lugareños se asoman al verlo rondar y encuentran la muerte condenando a los suyos que perecen bajo las zarpas del neófito. Los mercaderes siguen cerrando los puestos antes de que el mortecino sol del este caiga y las meretrices abandonan sus esquinas mientras aún queda luz. Se dice que se ha visto a Plugieritz ansiando más y más carne con el paso de los años pues la convicción de que no encontrará a su familia se hace más creciente. Ahora, se rumorea que el boyardo ha abandonado el trono pues la región terminó por asquearle. Sin embargo, los aldeanos de Trangunov han encontrado una nueva quimera a la que temer y adorar a partes iguales. Viktor por su parte, seguirá vagando en busca de una familia que murió dejándolo atrás y la parada de un corazón que tiempo hace que dejó de latir. Pero eso solo son cuentos de viejas.

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