lunes, 15 de noviembre de 2010

El fin de un linaje

El banquete que el lord había desplegado frente a nuestros ávidos apetitos no conocía limites ni en extensión ni en opulencia. El salón, ya de por si fastuoso, había sido maquillado para la ocasión. Las estatuas de mármol de Macael contemplaban la escena con histriónico semblante dejando entrever la impotencia de no poder gozar de los placeres que bajo ellas se extendían. Los manjares alfombraban los numerosos mesones que había en el enorme salón alumbrados por gigantescos cirios de sebo que no dejaban un rincón en sombra. Las impolutas alfombras cepilladas de forma repetida por el servicio lucían orgullosas el escudo de armas de la familia formada por una cabeza de lobo y una H dorada cruzados por sendos mandobles que mostraban las joyas de la estirpe. De la bóveda del salón de recepción, colgaban enormes banderolas que pendían a varios metros del suelo y mostraban la misma panoplia familiar. Para la ocasión, los invitados habían escogido las mejores telas de sus palacios y todo tenía un resplandor digno de los salones franceses de los que hablaban los marinos.

El lord tenía una razón bien justa para convocarnos a su festejo. Su hija acababa de alcanzar la mayoría de edad y pretendía mostrarla en sociedad. Los invitados aguardaban impacientes la venida de la hija del lord, tan laureada en los círculos aristocráticos. Su belleza, se decía, alcanzaba lo divino. La pureza de su piel y sus rasgos angelicales hacían las delicias de los jóvenes de las castas más dignas. El lord aprovechó para deslizar una doble intención en el banquete. La presentación de su hija en sociedad también servía para desposarla con algún prócer de la región pues su edad núbil se acercaba y pronto habría de continuar el linaje. Sin embargo, no había lugar para pretendientes foráneos. El legado debe perdurar pero puro y sin mácula.

Los supersticiosos con las raíces culturales hundidas en las antiguas creencias celtas y demás jerigonzas hablaban de que el bosque había susurrado el nombre de la joven en numerosas ocasiones reclamándola para si. La palabra de un místico bajo el influjo de demasiado láudano y demás hierbas del bosque pierde credibilidad ante el noble que no tardó en despacharlo de palacio. El anciano se marchó con los brazos comprimidos por la guardia real, imprecando al cielo bendiciones en celta para salvar a la muchacha. Estúpido ebrio renegado. Guiándose por el aullido creciente de los lobos conforme la mayoría de edad se acercaba y la dureza de la corteza de los robles se atrevió a elevar un mal presagio ante la bendita primogénita del señor de esta tierra. Fue severamente ajusticiado en los subsuelos de palacio.

El augurio del druida no consiguió ensombrecer la solemnidad del momento ni enturbiar las ganas de celebración del bullicioso gentío que se arremolinaba en torno a los mesones. De pronto, el lord se levanto enarbolando un cáliz de oro engarzado con rubíes y anunció a su querida hija con la ternura cruzando su rostro. Los portones del comedor se abren y la que debía ser la primogénita asoma su tez por el umbral. Llamarla bella sería ocioso. Tenía el cabello azabache recogido en un recatado moño que dejaba ver sus conspicuos rasgos. Lucía un corpiño de satén negro que contrastaban con el blancor de su cutis. El faldón le cubría las piernas y aún así se le adivinaban perfectas y nada escuálidas. Era menuda y de brazos delgados y frágiles. Una auténtica joya. Coreada por los vítores silenciosos de media centena de bocas abiertas, cruzó el salón tras un saludo general y recatado. Besó la mejilla de su padre dando por iniciado el festín.

"Habían venido a por lo que les pertenecía por derecho"

La pitanza duró horas, alcanzando la medianoche sin incidentes reseñables. Voseo y cortesía en exceso pero es esperable en eventos de tamaño calibre. Tras el convite, el noble anunció un pequeño baile para dar por finalizada la magnífica velada. La música comenzó a resonar de manos de una orquesta que parecía saber lo que hacía. La bóveda de crucería y los elevados arcos de la sala hacían rebotar las notas penetrando en los presentes y haciéndoles salir a bailar. El alcohol que había sido servido con tan poco control hacía de las suyas consiguiendo que los más pundonorosos miembros del alto estamento actuaran de forma ridícula y poco decorosa. Yo, por mi parte, reniego del néctar francés de la uva. Detesto el gusto que deja en el paladar, el equilibrio y la memoria. Parecía ser el único a juzgar por las lenguas de trapo que me rodeaban y que no tardaban en pasear por los cuellos de las invitadas jóvenes. Podía ver al otro lado de la sala a la heredera disfrutando de la elocuente y sofisticada conversación del hijo de un conocido duque de una villa cercana. Todo un espectáculo adormecedor y lamentable en grado sumo.

El ambiente de la fiesta comenzó a cambiar pasada la medianoche. El baile había causado estragos vergonzantes en los presentes y algunos velones habían dejado de iluminar el salón dejando solo a los más fuertes el trabajo más duro. Aún con ello, solo los perfiles rojizos de rostros y muebles se dejaban entrever. La lluvia típica de la época del año aullaba y arremetía contra los altos ventanales. El frío comenzaba a hacerse fuerte a pesar de las numerosas capas que llevaba encima. La capa de piel de lobo comenzó a molestarme a mitad de noche y me desembaracé de ella mostrando mi impoluto atuendo. Chaqueta de cola sobre un chaleco veneciano, camisola clara y calzones oscuros con medias y zapatos de hebilla oro blanco. Aún yendo contra el protocolo, nadie percibió mi desacato. Conquistado por el sopor y dejado llevar por las indignas horas de aquel jolgorio, comencé a cabecear en el sillón de orejas del salón.

Un estampido me sacó de mi trance. La música se había detenido y todos los invitados miraban desconcertados a la puerta central del salón. Una figura desconcertantemente alta y estática estaba en el umbral analizando en apariencia la escena. Llevaba la cabeza descubierta. El pelo jalado y salvaje. El espeso bigote se le unía con las patillas cubriéndole de forma casi completa el rostro de pelo. Vestía de negro completo con abrigo largo y empapado. Sin mediar palabra, el hombre cruzó la estancia sobrecogiendo el ya helado ánimo de quienes en ella habitaban. Algo tenía aquella presencia que me hacía contener la respiración. Daba a entender en algún modo silencioso y anónimo que si alguien se interponía en su camino, encontraría la muerte. Al llegar a la altura de la heredera, la asió de la mano con una dulzura que parecía no corresponderle y rehizo el camino había emprendido. El lord no tardó en interponerse llamando a la guardia. Pero nadie acudió. Aquel hombre le colocó sendas manos en el rostro y con un golpe seco y rápido le crujió el cuello con lo que el noble cayó al suelo como un pelele al cual le han cortado los hilos. Un grito ahogado cruzó la sala entre los invitados. La hija  no obstante, lejos de alarmarse siguió a la figura al exterior de palacio sumida en algún tipo de trance. Los pocos que nos atrevimos salimos a perseguir a aquella bestia que se perdió entre la cortina de lluvia que cubría la tierra. A pesar de oscuridad del exterior todos sabíamos que el bosque se hallaba al otro lado del claro. Aquel visionario tenía razón. Habían venido a por lo que les pertenecía por derecho. Los lobos y el bosque. La maldición y el fin de un linaje.

2 comentarios:

  1. dos palabras, im-presionante,muy intererante

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  2. Creo que es uno de los mejores.
    Me encanta como escribes, me encantan tus palabras y todo lo que haces..
    ERES INCREIBLE AMOR!

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