martes, 9 de noviembre de 2010

Sobre la música

No me considero muy ducho en los diversos géneros musicales. No sé diferenciar el sonido de un trombón del de un saxofón. Puestos a colgarme una medalla, estoy aprendiendo a tocar la guitarra con escasos resultados. Aunque bien parece que el mundo de la música y yo estamos destinados a odiarnos de por vida, yo la amo desde mi más temprana edad. Incluso cuando no entendía el porqué.

Recuerdo que cuando tocaba la flauta dulce, mi profesora ponía cara de estupor. Como si estuviera despellejando un gato bebé mientras me masturbaba. A estas alturas de la partida queda claro que mi talento musical se reduce a la botella de anís y el triángulo. Sin embargo, la música interpretada por aquel que sabe es el mayor bálsamo y el mejor sedante que el hombre ha podido crear. Un buen rasgueo de guitarra que me haga morderme el labio inferior, un in crescendo que viene cuando menos lo espero, una batería que consiga que golpee el aire con unas baquetas hechas de imaginación. Todo sirve para hacer que olvide mis problemas. Despierta curiosidad, entonces, mi antipatía por el baile. Soy hermano de la barra. Soy aquel que te mira con un antifaz de sombra en los ojos acodado en esa superficie pegajosa que parece querer algo. Mi sentido de la danza se queda a medio camino entre el cabeceo impotente y el patético taloneo acompasado con el ritmo de la música. Pero aún así, mi corazón si que sabe bailar y cuando escucha a Till Lindemann o a Adam Gontier con sus gargantas a pleno volumen siempre acaba por encabritarse. Un escalofrío recorre mi espalda y me empuja a vocalizar las notas que jamás podría imitar mientras emulo el rasgueo de una guitarra que no existe.

Concluyo pues que la música es el mejor compañero del aburrido, del lector, del caminante, del ocupado, del estudiante, de todo aquel que tenga ganas de disfrutar pues como dijo el maestro Nietzsche "la vida, sin música, sería un error"

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