martes, 9 de noviembre de 2010

Los sueños del ermitaño

La distancia que separa mi casa de la facultad de historia es bastante importante. Por ello, me veo forzado a coger el bus con todas las consecuencias y chusma que comporta. El otro día, estando de pie más de la mitad del trayecto (lo que hace que leer sea bastante incómodo) me decidí a encontrar un sitio aún a costa de matar a alguna persona. Mis codos se convirtieron en dos mandobles justicieros que aplastaban costados para volver al principio del autobús del que nunca debí salir. ¿Qué veo? Un reluciente, desgastado y apestoso asiento rojo de autobús valenciano. Pletórico y con los pies llorando de alegría, me abalanzo contra él arrastrando a dos ancianas enganchadas en la correa de mi bandolera cuando, de antuvión, una hija de satanás se sube y hace crujir el cromo del asiento con su panorámico trasero. ¿Habéis visto esos dibujitos de FUUU que van por internet? Pues eso.

De pie y con un humor de perros para el resto del día, continué leyendo "el asedio" de Reverte (largo y matador como él solo) y pensando en un universo paralelo lleno de cosas verdes y cerdos. No hablo de la política. Hablo del campo. Imperio de silencio y meca del solitario. Yo sueño con ese mundo. Levantarme con el canto de algún gallo cabrón y desperezarme con un alarido gigantesco, rascarme mi imponente barriga y mirar a mi alrededor. Un quinqué de aceite me ilumina mientras me calzo las desgastadas alpargatas. ¿Cuánto hace que no oigo una voz humana? Que importa. Voy a eructar a ver cuanto eco hace. Los cerdos están ya devorando su pienso compuesto comprado en el pueblo y las vacas mugen melifluas en la lejanía. Una gota me cae en la cara mientras engullo con gusto mis gachas caseras. Miro hacia arriba y percibo como la tempestad de anoche ha luchado con denuedo por traspasar los gruesos sillares del techo. Luego prepararé algo de argamasa y lo sellaré. Después de todo, NO TENGO NADA QUE HACER. La mañana la invierto en pasear por la montaña. Llego fascinado ante una cascada a la que siempre acudo. El rugir del agua zambulléndose en el lago siempre me deja atónito. El sol de mediodía me sofríe la boina civilmente ridícula que llevo a modo de veleta. Me destapo la cabeza y comienzo a trabajar en mi libro contra una roca lisa en la que ya tengo preparada una silla carcomida.

El anochecer trae consigo un fino aroma a romero y tomillo que me hace sonreír. Recuerdo cuando pasé mi adolescencia envuelto en noticias sobre personas que me importaban un carajo. Rodeado de edificios con alturas insultantes. Acosado por gente con prisa y cafés hirviendo. Ahora solo hay sitio para la calma y la libertad total y no aquella que vendían los anuncios de coches. Ahora soy el verdadero rey de mi tierra. Pero las puertas del autobús se abrieron con un estridente pitido sacándome de mi trance y arrojándome de vuelta al mundo en el que me ha tocado vivir.

2 comentarios:

  1. Viviremos ahí... al menos una temporadilla, pero no mucho ¬¬ ¿Te parece bien :D?

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  2. Hasta que me muera! Yo solo pido morir entre montañas!

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