martes, 23 de noviembre de 2010

Un intruso en la finca

Me enfundo la carpeta en la bandolera, me ajusto la cazadora y salgo a la calle dispuesto a otro día de batalla. Al bajar al patio a escalera pelada como buen proletario me encuentro a un fulano esperando en la calle. Llevaba ropa de la que hoy se supone a la moda. Chaqueta de colores reflectantes, zapatillas de botín y vaqueros enseñagallumbos. Parecía peinado por algún adorador fanático de los hongos más cabezones. Era más joven que yo y me saludaba con soñolienta educación. Los que estén acostumbrados al aire urbano sabrán que saludar a alguien que no se conoce fuera de un ascensor o una discoteca resulta desconcertante y extraño. Y ahí estaba yo. En la parada del autobús pasando examen a mi memoria. ¿Quién era aquel chaval? ¿Por qué se peinaba como si le estuvieran enfocando un reactor en la nuca? ¿Los masones tienen algo que ver?

No sería hasta llegar a clase cuando la luz se hizo en mi mente. Aquel muchacho vivía en mi austera finca. Tenía una razón de peso para mi pasajero lapsus. Hace un año era un cani de los que crean escuela pero que no van a ella. Lo veía caminar por los alrededores del barrio con su tocado a lo último mohicano, sus camisas de tirantes y sus pantalones de chándal versión Eva Nasarre de extrarradio. Siempre flanqueado por sus leales que le doraban la píldora día sí, día también. El tipo de grupo que, al verlo, te cruzas de acera. Lo mejor de cada casa. ¿Qué por qué no me percaté de su evolución? Pues porque voy a mi bola querido lector y quien se cruce recibirá un saludo y poco más.

Pero tate que ahora se ha reformado el amigo. Viste como un espantajo y frecuenta pachá con su gorra mal calada a las 4 de la madrugada. Con mi mente retorcida y sardónica por definición, no pude sino elucubrar sobre las razones de la volubilidad del ser humano. De como nos dejamos llevar por pequeñas corrientes sociales arrimándonos al viento que mejor sopla. Bien cierto es que durante la adolescencia vivimos un período en el que estamos por definir. Como un coche que tiene que avanzar sin ruedas teniendo que encontrarlas a lo largo del camino. Es por ello que siempre es normal usar como rueda cualquier cosa que tengamos a mano siempre dictados por nuestro afán de avanzar sin rumbo. Yo, por mi parte, no estoy exento de culpa. Tuve mi etapa friki (de la que mantengo raíces bien profundas), mi época chunga, mi época de chulo de bar, mi época de bragado de gimnasio y así hasta llegar a los 19. Pero ahora creo haber encontrado el cauce. Solo soy un universitario que manosea libros y mandos de xbox a partes iguales. Que paladea el minuto con su pareja y sus amigos. Un chaval del que se dice tiene malas pulgas. De derechas, adorador de los animales y ateo por la gracia de Dios. Con alguna pretensión imperial y pereza inconmensurable. Cariñoso cuando ha de serlo, arisco cuando le tosen y que no se deja amilanar por la cadena de mando. Creo ser yo al fin (Como también lo creí las otras veces)

El pelanas de mi vecino todavía tiene camino que andar y aunque suene arrogante yo sé lo que le toca. Aguantar falsedades y decepciones. Amargores y alegrías que le hagan moldearse y curtirse en las trincheras. Se dejará llevar creyendo que es él el que lleva y la gente lo explotará en su favor. Desengaños amorosos y amistosos que le hagan configurarse como alma independiente que abandonará la manada cuando lo vea conveniente. Hasta entonces, que mantenga sus zapatillas ajedrezadas y su cinturón ornamental pues mañana los sustituirá por una palestina, unas rastas y el grito de "anarquía" hasta que le sangre la garganta. A fin de cuentas, todos tenemos derecho a cambiar y a encontrar nuestra casilla en el tablero.

2 comentarios:

  1. Digo que disfruto de ti y recibo un insulto. Un día te dejaré y me llevaré tu fortuna en chocolate y atún.

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