viernes, 3 de diciembre de 2010

Peste, jinete del apocalipsis


Yo no sé si mi ducha será especial. Si es la única de Valencia en la que puedes asearte sin pedir permiso al ayuntamiento. Será algo semejante pues esta mañana me he sentado al lado de  una mujer de corte rubenesco que hedía a piara puesta al sol situada junto a un infierno fregado con sudor de pepinillo en vinagre extendido con una bayeta empapada en yogur pasado de fecha. Para que os hagáis una vaga idea. En esa trinchera nauseabunda se hallaba vuestro querido ultraemperador durante la media hora de trayecto. A los diez minutos la cabeza me estaba dando vueltas y las arcadas afloraban en mi garganta pues no contenta con asemejarse al caballo de Atila (ya que por donde pasaba no crecía la hierba) aquella puerca comenzó a hurgarse la nariz ante mi gesto aterrado. Cuanta guarrería unida bajo la bandera de un mismo ser.  

Seguro que os ha pasado. Enfermar y olvidar como es estar bien de verdad, digo. Pues eso me ocurrió a mí dentro de aquella ciénaga. Mi recuerdo del aire fresco y puro comenzó a difuminarse y empecé a pensar en si volvería a ver a mi familia. De antuvión, las puertas se abren y la atmósfera se descomprime liberándome de mi prisión. Caí rendido al salir del bus y no recuerdo más hasta que me reanimó el fulano de la ambulancia.

Ahora me pregunto si la evolución es benévola con este tipo de seres. Si les ha procurado unas membranas en las fosas nasales que les privan del suplicio que los demás padecemos. Sino no me lo explico. Porque  yo pasé cinco días sin ducharme una vez por motivos superiores y a mí me seguían los gatos por la calle. Si eres un desconsiderado y no reparas en la salud de los demás, al menos cuídate a ti mismo. Porque esa mujer si se mordiera una uña contraería todas las enfermedades conocidas por la humanidad. Joder, si hasta parecía exudar esa sustancia que liberan las baterías de coche cuando se averían. No es raro entonces el saber que la única ventana empañada del autobús era la que estaba a su lado.

Para que veáis las cotas de agror a las que me enfrenté está mañana os digo lo que ahora siento. Aún pasadas las horas, no puedo eliminar aquella fragancia a orín y muerte inminente de mi nariz. El hedor a la genitalada del vulgo que perdurará en mi mente para los restos. Como el olor a azufre. Que no se olvida jamás. Así que desde aquí hago una petición a la plebe. Ducharos. Aunque sea la higiene parcial y tímida conocida vulgarmente como el baño del polaco (ingle, culo y sobaco) Pero no hagáis que otro pague vuestra carencia de amor propio pues arruinaréis su mundo sensorial para el resto de sus días.

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