sábado, 25 de diciembre de 2010

La letanía del rebelde

El sol se pone rojo. Conforme avanzaba la revolución parecía nutrirse con la sangre de los caídos. Esteban Villalobos sabía bien lo que la rebelión podría haber conseguido en el país y lo que nunca conseguirá. La resignación cubre su rostro así como las cicatrices. Marcas indelebles que surcan su expresión como un insulto a su honor. Dicen que las heridas son el mejor recordatorio de un error. Aún así, Esteban tenía tantas que ya no recordaba que las causó ni quien se las infligió. Tal vez no deseaba hacerlo. Sin embargo sí que había una que zumbaba enfurecida espoleada por los recuerdos de aquella noche. Los hombres del general Duarte irrumpieron en su casa cuando se perdió la última batalla. Cuando los hombres de Villalobos cayeron como fichas de dominó. Aquella mañana de abril los hombres incendiaron la casa del rebelde con su amada Luisa dentro. Afortunada o desgraciadamente, Esteban y su hijo Oscarcito estaban de caza. Consiguiendo comida para un estómago que no volverá a gemir de hambre jamás. En la persecución una de las balas de los hostigadores alcanzó al rebelde abocándolo al filo de la muerte. Esteban escuchó que alguien dijo en su momento que la revolución no moría. Solo lo hacían sus representantes. No sabía si era verdad. Apenas sabía leer su propio nombre.

"La revolución no moría. Solo lo hacían sus representantes"


Pusieron tierra de por medio con lo poco que el ejército de Duarte había dejado en pie. Huyeron a las montañas moviéndose de un lado a otro. Pero el tirano era más inteligente que ellos y siempre les daba alcance. Ahora Esteban mira al horizonte mientras el sol se esconde avergonzado de lo que ha presenciado en estos diez años. Se acaricia la herida con forma estrellada que luce en su pecho como un galón que le llena de oprobio. Con un lucifer se enciende un nuevo cigarro de tabaco que compró la última vez que se sintió lo suficientemente a salvo como para pisar una ciudad. Sentía miedo. Le temblaba el labio inferior y el cigarro le bamboleaba a punto de caer. El rostro atezado del otrora apasionado campesino se ve surcado por las lágrimas de quien se choca contra el muro que cubre su única salida. Arroja el cigarro al suelo y observa la esfera carmesí que apenas ilumina por última vez antes de meterse en la tienda donde duerme su hijo Oscarcito.

Pasan las horas y Esteban contempla la inocente estampa que su hijo ofrece. Vestido con los harapos que pudieron quitarles a unos recogedores de café, tembloroso por la fiebre que le acosaba desde hacía unos días incluso en sueños. Las gotas de sudor calan el austero jergón sobre el que descansa. Le acaricia el pelo y el niño se acurruca complacido de forma inconsciente. Las lágrimas se pierden entre la barba que despunta en el mentón del rebelde. Ningún niño debería ver morir a su madre. Ningún niño debería curar la herida de una bala de su padre. El apellido Villalobos teñido con la sangre sediciosa de su padre le perseguiría siempre y Duarte no descansaría hasta verlo convertido en un soldado o en un cadáver. Tras años de revolución el despiadado general había ganado. Aunque el orgullo ya no le parecía imprescindible como años atrás, Esteban no podía evitar el derrumbarse al ver que no había cambiado nada. Siempre soñó con ser una leyenda. Un superviviente. Pero iba a ser una estadística más. Nada importa. Al fin llegarían a un sitio al que pudieran llamar hogar. Donde los lobos militares no les acosarían. Las manos zurcidas a cicatrices del sedicioso continúan sobre la cabeza de su vástago "Volveremos con mamá antes de que llegue la mañana. Muy pronto"

Sabía que si lo reflexionaba no lo haría. Sacó su revólver para contar las balas que le quedaban. 3 balas tras los numerosos encuentros con los perros de Duarte parecían una bendición de Dios. Volvió a introducir el tambor tras el cañón. El sonido metálico del martillo preparándose para liberar la muerte para la que fue diseñado y el roce del guardamontes contra el índice le traen recuerdos. Recuerdos de gloria. Recuerdos de sueños que se convirtieron en ceniza. Recuerdos de derrota.

"Te quiero hijo"

Un buitre levanta el vuelo escandalizado al escuchar el sonido hueco de un disparo que libera un eco aterrador. Pocos minutos pasan antes de que los últimos rayos del ocaso contemplen como una infamia el desolador fogonazo que sella el destino del último gran héroe que ha pisado este secarral.

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