lunes, 6 de diciembre de 2010

El último lazo


El salitre en esta zona siempre fue espeso. Consigue de alguna forma pegarse a la piel y arañarla hasta picar. Debajo del puente las corrientes de aire impactaban contra los cuerpos como cañones de viento que te obligaban a entrecerrar los ojos. El paisaje siempre me tranquilizaba. El lejano faro que coronaba la aguja de piedra que penetraba en el mar, la caleta desierta cuyas olas engullían día a día la poca arena que quedaba en la costa y el canto incesante de las gaviotas. El humo abrasivo del tabaco me calienta los pulmones y disfruto su efecto sedante hasta que el gemido del hombre que estaba detrás de mí interrumpe mi trance. Giro sobre mis talones y allí lo veo. Escena patética hasta la náusea. Aunque no seré yo quien acabe vomitando. La gravilla cruje bajo mis mocasines y me arranco el cigarrillo de los labios. El hombre levanta la cabeza a pesar de que el vendaje le impide ver quien se le acerca. Comienza a sollozar cuando le agarro de los carrillos y le tiro el humo a la cara. Arrojo el cigarro al suelo y lo encaro hacia mí. Pensar que aquella mole de grasa trémula es el hombre de confianza de Bennet.

Me pregunta que quiero. Es la segunda vez que lo hace en lo que va de mañana. Cuando  le saqué a rastras del polígono industrial entre golpes y aroma a cloroformo. Lo metí en el maletero del audi y aquí estamos todos. Tengo grandes planes para ti, gordo. Gruesas perlas de sudor le caen por la frente calva y los mocos se le comienzan a acumular en el espeso bigote. Repugnante. Con el cañón de la pistola le bajo el vendaje y puedo intuir como la luz de la mañana le ciega. Ante sí encuentra al hombre al que hace meses dieron por muerto. Renacido. Vengativo.

“Nunca debiste venir a por mí gordo hijo de puta”

Empleo el vendaje de mordaza y le tapo la boca que ya se abría de par en par mostrando la mayor sorpresa imaginable. Reviso las cinchas que le atan al parachoques trasero del coche. A juzgar por los gritos ahogados del mafioso, imagina lo que le va a ocurrir.

“Una oportunidad, gordo. ¿Quién mató a mi familia?”

Más gritos asfixiados. No sé si me lo quiere decir. Nadie me privará de mis segundos de diversión. Arranco el coche y conduzco en círculos derrapando sobre la grava durante casi diez minutos. Al poner el freno de mano puedo escuchar los jadeos de ese cabrón por la ventanilla. Me apeo del vehículo y coloco mi americana sobre el asiento. Me arremango la camisa y me acuclillo delante de él. La grava del suelo le había abierto grandes yagas llenas de piedrecitas y polvo en el estómago y la espalda. La cara le sangraba por demasiados lados como para elegir el más grave. Pero estaba vivo. Le quito la mordaza y comienza a toser.  Me aparto asqueado y desenfundo mi Colt Excelsior.

“Tú me la regalaste ¿recuerdas?”

Se la paso por debajo de la nariz y dejo que el olor a hierro y muerte surta efecto.

“No te voy a dar otra oportunidad gordo ¿Quién mató a mi familia?”

Me mira con odio y terror unidos bajo la bandera de la impotencia.

“Si te lo digo… me matarán”
“Si no me lo dices te mataré yo. Y créeme, no te gustaría. Al coche le queda mucha gasolina”

Llevo demasiado trabajando en el negocio como para saber que nadie aguanta dos arrastres seguidos. Demasiado en el negocio. Demasiado como para saber también que quería dejarlo. Crear mi propia familia con mi mujer y mi hijo recién nacido. Ser normal. Vivir alejado de la tensión, la sangre y el peligro. El lobo se retiraba del rebaño. Parece que alguien decidió que el riesgo a que hablase no era aceptable.

“Vamos, si me lo dices te dejaré marchar”
“No juegues conmigo muchacho. Yo te enseñé lo que sabes. ¿Con quién crees que juegas? Sé que de aquí no salgo”
“Prefiero tenerte vivo y que propagues el mensaje. El lobo está vivo y quiere lo que le pertenece. Así que ¿Qué va a ser?”

Le aprieto la pistola contra la garganta y la papada se le pliega sobre la bocacha de la pistola. Retoma su sollozo y comienza a orinarse encima. La madre que lo parió.

“Fue Sandro el Napolitano…”dice expectorando la poca saliva que le queda en la boca reseca.
“Siempre tan útil gordo”

Suelto las cinchas y los pesados brazos del capo caen al suelo. Parece aliviado.

“Gracias chico”
“No… Matasteis a mi mujer y a mi hijo. El último lazo que me ataba a la cordura. Ahora tenéis un hombre que no tiene nada que perder en contra vuestra. Y tú te has dejado cazar con tanta facilidad… Así que no… Gracias a ti”

Le meto la bocacha de la pistola en el ojo izquierdo y el poderoso estruendo hace que el canto de las gaviotas del puerto se intensifique. Cantan a la muerte del primero. El primero de muchos.

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