jueves, 1 de julio de 2010

Ahora podrás descansar en paz

Conduzco rápido. Tal vez demasiado. Infrinjo unas cuantas leyes y aún a pesar de las cámaras viales que registran mi matrícula no suelto el acelerador. Cuando acabe la noche, unas multas de tráfico serán el menor de mis problemas. El aliento caliente que impacta contra la boquera de mi casco empaña parcialmente el visor en contraste con la gélida temperatura exterior. Levanto la visera y acelero aún más. Esquivo a una anciana que cruza un paso de cebra y por poco pierdo el control de mi motocicleta. Sin embargo la enderezo con los muslos y continúo mi camino. A lo lejos puedo ver su chalet. Al frenar, la parte de detrás se encabrita. Bajo de la moto antes de que la rueda trasera descanse. Me quito el casco y saco la cadena de hierro del maletero. Si alguien me preguntase que iba a hacer con ella le respondería que no tenía ni idea. Sólo sabía que la necesitaba. Toco al timbre por puro civismo. Él abre la puerta. Lleva una bata de terciopelo. Muy hortera y muy acorde a su posición de falso rico. Arrogante como solo él sabe ser consigue decir unas palabras: “¿Qué coño haces tú aquí?” Digo consigue pues le introduzco en la casa agarrándole de las solapas de la bata. Una furcia que le hacía compañía se levanta apresurada y semidesnuda del sofá cubriéndose con una manta y ahogando un grito por el estrépito. Le conmino a sentarse con ademanes violentos y esgrimiendo la cadena con la mano derecha. Puedo oír como el idiota intenta huir. Le persigo por media casa hasta que le alcanzo en la cocina. Suelto la cadena y le hundo mis puños en la cara. Puedo notar como los huesos se quiebran bajo mi fuerza. “¿Policía?” La zorra está invitando a gente a mi fiesta. Y eso no me gusta. Le propino otro golpe coercitivo para que no se levante y me encamino hacia la sala de estar. Arranco el teléfono y lo lanzo lejos. La chica se cae al suelo dejando ver su cuerpo desnudo bajo la manta. Le cojo de la cara con la mano apretando sus mejillas contra sus dientes y le advierto que será la próxima como vuelva a abrir la boca. La lanzo contra el sofá donde se queda temblando. Se había meado encima la cerda.

Al volver a la cocina se presentaba desierta. La cadena seguía en el suelo y el pequeño Hansel me había dejado un rastro de migas de sangre que solo debía seguir. Se dirigían al piso de arriba. Volví a la salita y cogí al zorrón que se resistía a su inevitable destino. Sube al piso de arriba encanto. Cuanto más te resistas a jugar más larga será la partida. Acepta subir entre sollozos. En la habitación de arriba el pequeño cabroncete había atrancado la puerta. De una patada la derribo y oigo un gemido. El muy imbécil se había puesto detrás para escucharme subir. Aparto la puerta. No me queda mucho tiempo hasta que llegue la policía. Las heridas que le había causado en la cocina no tenían nada que hacer contra las que le había abierto la puerta. Le faltaban algunos dientes y no paraba de escupir sangre contra la moqueta. Arrojo a la puta a sus pies. Ambos dos. Testigos vivientes de una humillación. La humillación de mi familia. Me vibran los puños. Anticipados a mis pensamientos. Sabedores de cuánto va a ocurrir. Poderosos e imparciales oráculos del sufrimiento ajeno. La cadena tintinea ansiosa por impartir justicia. Las imágenes tatuadas a sangre y fuego en mis párpados se me presentan sádicas cada vez que cierro los ojos. Recordatorio de un pasado que nunca debió existir. Él abrazando a mi hermana en el altar para luego maltratarla cada noche. Ella llamándome a cada mañana entre llantos. Presentándose en urgencias cada viernes cuando volvía borracho del bar. Ayer me llamó entre estertores, fruto de la paliza que le había propinado. Cabalgué sobre mi moto como un relámpago. Pero cuando llegué su corazón había dejado de latir. No voy a permitir que pase a disposición de otro juez que no sea yo y el amor que sentía por mi hermana. La cadena se eleva así como mi sonrisa. Al descender se escucha un crujido. El crujido de su cráneo destrozando su primitivo cerebro. El crujido de lo injusto pereciendo bajo el poder de lo que se debía hacer. Escucho a la policía entrar en la casa a pesar de los alaridos del putón.
“Cállate golfa, que no me van a oír ¡Estoy aquí agentes!”

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