viernes, 9 de julio de 2010

El peso de la corona



Vuestro querido y humilde escritor es un hombre de vicios sencillos y poco numerosos. Me muerdo las uñas, dibujo, me doy un baño cada viernes defecándome en la cabeza de los recursos naturales, leo libros que no se leyó ni el autor solo por chulería y me meto con la gente. Pero podría decir que mi afición reina es el entretenimiento virtual tan arraigado en la mente juvenil.

Suelo devorar los videojuegos que caen en mis manos y los quemo en menos de un mes. Sin embargo hay uno que está representando una adicción preocupante y un desafío a superar. El Europa Universalis III. Rival binario por antonomasia. De una dificultad sublime y con unos gráficos que dejan mucho a la imaginación se trata de un juego de superestrategia en tiempo real. Encarnamos la piel del dirigente del país que nosotros elijamos y debemos encargarnos de gestionar todos y cada uno de los aspectos gubernamentales de nuestros aledaños. Incluyendo las rebeliones de paletos que se suceden de forma irritante e incontenible en las diversas provincias. Como supondréis, escogí Castilla como un señor que se precie y me dispuse a unificar Europa occidental bajo el estandarte de las españas. El juego comienza en 1305 y cada año dura poco más que 1 hora. Teniendo en cuenta que ahora me encuentro en el año 1589 podemos concluir que ser historiador es un chollo que te deja mucho tiempo libre.

Este juego me tiene en vela, ocupando mis momentos libres desde enero. Fatídico día en el que acepté instalarlo en mi virginal disco duro. No obstante no tardé en apreciar cada una de las distintas facetas de tan conspicuo juego. Obligado a firmar alianzas con países que me repugnan (véase Francia) conseguí conquistar el reino nazarí de Granada, el reino de Aragón y el norte de África viendo como Marruecos y Fez se inclinaban ante los decretos dictaminados por mi egregia persona. Llegando a 1400, la Península Ibérica cantaba mis alabanzas y toda Centroamérica lamía las polainas de mis conquistadores clara y culturalmente superiores. Como era de esperar, no tuve por bien esperar a que Francia llegase al 1789 e hiciese cosas que no gustan. Me lancé a la conquista de tierra gabacha una vez los lusos estuvieron fuera de combate. Inglaterra se frotó las manos desde su trono y se deslizó por Calais a la conquista oportunista de tierras que me pertenecían por derecho. En 1450 media Francia besaba mi enjoyada mano y mis arcas estaban saturadas de forma insultante. Si algo nos ha enseñado la historia es que el vulgo es envidioso por definición. La ralea ingrata se me sublevó inclinada hacia ideología protestante en 1457 arrebatándome territorios de la antigua Francia oriental. Como bien dijo Calígula: “Que me odien mientras me teman”. Ordené la quema de los dirigentes insurrectos y la situación no pudo sino mejorar. A la altura de 1462 mi país se refocilaba en un remanso de paz. Los consejeros eyaculaban al ver mi inmaculada efigie en cada rincón de palacio y mi heredero gozaba de buena salud. No fue hasta 1500 cuando todo comenzó a venirse abajo.

Mis tentáculos se extendían sobre tierra azteca e inca dejando entrever unas intenciones imperialistas que no gustaban a las ratas europeas. El papa no tardó en relamerse su sagrado belfo mientras solicitaba cada vez más y más tributo a lo que me negué categóricamente. Cuando comencé el juego me juré que mis bolsillos no los rebañaría ni Dios. Lo decía literalmente. Fui instantáneamente excomulgado. Mi heredero, Juan III pereció bajo las fauces del cólera. Una mala cosecha deshizo la estabilidad de mi magna nación. La turba se agolpaba a las puertas de palacio por lo que respondí con la displicencia de quien no ha de mezclarse con los de sangre roja. Hice cargar a mi infantería mauriciana contra el campesinado lo cual, no entiendo por qué, no gustó. Inglaterra me declaró la guerra alegando que soy una “escoria sin honor” y vulnerando nuestra otrora perenne alianza. Derivo la mitad de mis efectivos a las costas francas para defender mi imperio. Austria se sube al carro en mi contra. Nicolás de Nicuesa, gran hombre y mejor persona, siendo el último general respetable bajo las órdenes del rey, protagonizó una de las mayores victorias que nuestra imponente nación ha visto jamás. En Finisterre aposté a 10.000 hombres que aguantaron estoicamente la acometida de 15.000 ratas inglesas a la espera de los 30.000 caballos que se acercaban haciendo temblar las tierras desde Foix. Nicolás de Nicuesa murió en combate y en gloria. Que Dios guarde su virtual alma. Mientras tanto, mi imperio colonial es devorado por las tropas indígenas que reivindican su maldita y paupérrima identidad. Son pertinentemente castigadas por las tropas de Txapalec que se lanzan raudas sobre sus emplumadas testas. Sin embargo acaban por conquistar la antigua tierra inca dejando mis rutas comerciales mermadas y mi moral bajo mínimos. Inglaterra terminó por arrasar la parte norte de mi imperio dejándome arrinconado contra la actual y ridícula Andorra.

Estando excomulgado como un perro sarraceno, con mi corona corroída por el óxido de la corrupción de la corte y por la muerte de mi único y valeroso hijo, arrinconado por los que antes se dignaban a llamarme aliado y con la soldadesca mermada por el oportunismo y la baja disciplina de una generación de oficiales patanes e inútiles (a los que ajusticié en la plaza de la capital como me pedía mi conciencia) , no tuve más remedio que hacer lo que cualquier hombre en mi situación haría. Comenzar una nueva partida y volver a cometer los mismos errores pero más rápido. Esos perros calvinistas me las pagarán. Arrasaré sus islas con mi armada y machacaré su conciencia nacional para que rindan patética y plena pleitesia ante mi magnífica figura. Y yo, desde mi trono de mimbre y con mi corona del Burger King reiré a mandíbula batiente regocijándome en la muerte de los lobos sedicionistas que jamás debieron poner a prueba mi paciencia imperial. Pero sobre todo, aniquilaré cada ser viviente que more entre las paredes del estado pontificio. El papado ha hecho brillar su ilegítimo anillo por última vez.

España, por la gracia de Dios.


PD: Este juego saca lo peor de mí




Vicente Balaguer

3 comentarios:

  1. xDDDDDDDDDD

    Jodeeeer xDD

    Enserio, solo leerlo ha sido genial. Tengo que jugar a eso xDD

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  2. Por cierto, dices que Francia te repugna, pero has encabezado el texto con un cuadro de Napoleón Bonaparte ._.

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  3. Gilipollas es que puse emperador y era el primer patán que me salía! xD
    es que la de Carlos V no me convencía!

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