La vida en cierto modo se asemeja a una estación de tren. Esperas a que pase el tuyo rodeado de gente que está pendiente del horario del suyo. De vez en cuando, entablas una conversación trivial con algún transeúnte mientras que con otros conectas irremediablemente. Sin embargo, siempre acaba por pasar un tren y esa conversación ha de acabar. A pesar de ello, qué cálido resulta el saber que esa persona te recordará incluso cuando cabalgue por sus propias vías. Otras por el contrario, solo miran el reloj en el andén pendientes de sus cosas. Sin hablar con nadie. Anhelando la hora en la que llegue su oportunidad.
Yo, hace unos años, pensé que podría quedarme en la misma estación para el resto de mis días. Hablando con cuatro personas que significaron mucho en mi vida pasada. Pero toda ilusión se hizo trizas pues esas personas subieron a su tren dejándome atrás y haciendo de cada momento pasado algo falso y vacío. No obstante, esas cuatro personas me hicieron feliz durante años y sin pedir nada a cambio. Es doloroso e inútil pensar en lo que son ahora pues para mí siempre seremos el grupo de chavales que reían y comían pipas en un banco lloviera o nevase. Ahora con diecinueve años aún los recuerdo. A pesar de los tres largos años que han pasado. Esas cuatro personas unidas por avatares del destino llevaban por nombre Salva, Felipe, Sandra y Sofía. El nombre del quinto del grupo ya lo sabéis pues era vuestro humilde escritor. Durante años compartimos penas y alegrías recogiendo al instante a cualquiera que cayese. No dejábamos a nadie atrás. Éramos uno.
Llegó el 2008 y todo comenzó a caer. Las risas en el bar del calvo comenzaron a sonar huecas y los pequeños gestos ya no eran perdonables. Yo mantuve una relación con Sofía mientras que Felipe la mantuvo con Sandra. La ruptura de ambas, una por celos, otra por infidelidades, supuso la fragmentación de un grupo escogido para la gloria. Salva por su lado, con su irremediable odio hacia las mujeres, encontraba acritud en mi persona sin remisión. Acabamos por enzarzarnos en una lucha fría en la que no había lugar a la tregua. Siempre fue así en cierto modo y pudo ser así durante años de no ser por el que se suponía el mejor del grupo: Felipe. Tras la infidelidad de Sandra no pudo sino sumergirse en las turbias aguas de la misoginia dejándome a mí aislado en un mundo alejado de la promiscuidad. Llegados a este punto y con las chicas peleadas entre sí por temas que decidí ignorar la colla se disolvió.
Ahora, tres años después, en mi MP3 suena “20 de abril” de Celtas Cortos y recuerdo a las personas que durante años presumí de llamar amigos. Es lamentable que tras tantas vivencias, tantas maldades, tantas cenas, tantas noches de risas y de llantos y tantas cervezas decidieran coger el tren que les alejase de mi persona. No obstante, la vida es cambio y ahora que yo viajo montado en mi propio tren no volvería a ese andén ni por todo el oro del mundo. Aún con todo lo sufrido, no me saco de la cabeza la dichosa canción y no puedo evitar pensar que, de alguna forma, siempre pude haber hecho algo para que la llama de una amistad verdadera y pura no se hubiera extinguido con tanta crueldad.
Vicente Balaguer
Yo, hace unos años, pensé que podría quedarme en la misma estación para el resto de mis días. Hablando con cuatro personas que significaron mucho en mi vida pasada. Pero toda ilusión se hizo trizas pues esas personas subieron a su tren dejándome atrás y haciendo de cada momento pasado algo falso y vacío. No obstante, esas cuatro personas me hicieron feliz durante años y sin pedir nada a cambio. Es doloroso e inútil pensar en lo que son ahora pues para mí siempre seremos el grupo de chavales que reían y comían pipas en un banco lloviera o nevase. Ahora con diecinueve años aún los recuerdo. A pesar de los tres largos años que han pasado. Esas cuatro personas unidas por avatares del destino llevaban por nombre Salva, Felipe, Sandra y Sofía. El nombre del quinto del grupo ya lo sabéis pues era vuestro humilde escritor. Durante años compartimos penas y alegrías recogiendo al instante a cualquiera que cayese. No dejábamos a nadie atrás. Éramos uno.
Llegó el 2008 y todo comenzó a caer. Las risas en el bar del calvo comenzaron a sonar huecas y los pequeños gestos ya no eran perdonables. Yo mantuve una relación con Sofía mientras que Felipe la mantuvo con Sandra. La ruptura de ambas, una por celos, otra por infidelidades, supuso la fragmentación de un grupo escogido para la gloria. Salva por su lado, con su irremediable odio hacia las mujeres, encontraba acritud en mi persona sin remisión. Acabamos por enzarzarnos en una lucha fría en la que no había lugar a la tregua. Siempre fue así en cierto modo y pudo ser así durante años de no ser por el que se suponía el mejor del grupo: Felipe. Tras la infidelidad de Sandra no pudo sino sumergirse en las turbias aguas de la misoginia dejándome a mí aislado en un mundo alejado de la promiscuidad. Llegados a este punto y con las chicas peleadas entre sí por temas que decidí ignorar la colla se disolvió.
Ahora, tres años después, en mi MP3 suena “20 de abril” de Celtas Cortos y recuerdo a las personas que durante años presumí de llamar amigos. Es lamentable que tras tantas vivencias, tantas maldades, tantas cenas, tantas noches de risas y de llantos y tantas cervezas decidieran coger el tren que les alejase de mi persona. No obstante, la vida es cambio y ahora que yo viajo montado en mi propio tren no volvería a ese andén ni por todo el oro del mundo. Aún con todo lo sufrido, no me saco de la cabeza la dichosa canción y no puedo evitar pensar que, de alguna forma, siempre pude haber hecho algo para que la llama de una amistad verdadera y pura no se hubiera extinguido con tanta crueldad.
Vicente Balaguer
Que bonito nene :)
ResponderEliminarPero no todos los de antes han cambiado ¿no crees?
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