jueves, 2 de septiembre de 2010

Unos simples críos

Hace cinco años ya. Cinco años. Hay que ver como pasa el tiempo. Pero por muy rápido que pase no sirve para curar los recuerdos que me atormentan de noche. ¿Por qué fuimos incapaces de detenernos? ¿Realmente merecía morir por ello? No puedo evitar pensar que un golpe menos con aquella tubería y a lo mejor aquel hombre estaría vivo. Éramos unos simples críos que se educaron con las películas de Tarantino, con la naturalidad de la violencia. Tal vez fue eso lo que convirtió a tres amigos en tres cómplices de asesinato.

Acudíamos a la escuela como cualquier adolescente común. Era un instituto normal, sin ninguna nota reseñable. Sin embargo, cursando yo Bachiller, un nuevo bedel llegó al edificio. Eugenio era un hombre repulsivo. De los que causan arcadas sinceras. Olía como la vida. A tabaco, café y a viaje largo. Su centenar de kilos le hacían víctima de todas las chanzas de los chavales. Lucía un bigote al que no era raro ver manchado de distintos fluidos y alimentos. Solía sudar incluso en los días en los que quemaba el helor y el sudor reseco le solía formar rodales amarillentos en la camisa blanca del uniforme. Solía hurgarse la nariz en su caseta con descaro y no cejaba en su empeño cuando alguien le miraba. No tardó en ganarse la antipatía de todos a tenor de su desabrido carácter y sus constantes desatinos hacia el alumnado. Todo ello habría quedado en una salvedad de no ser por como trataba a las mujeres. Ya no tanto a las profesoras como a las alumnas de apenas la quincena. Todos nos quejamos e imploramos el despido inmediato de Eugenio apelando a los testimonios de las alumnas que aseguraban las peores porquerías. Desde invitaciones libidinosas a su apestosa caseta hasta pequeños roces intencionados por debajo de la falda del uniforme. Aún con eso, el profesorado hizo caso omiso de nuestras súplicas y el bastardo salió impune.

Por los pasillos, las niñas asqueadas y asustadas se alejaban de Eugenio y de su babosa lengua. Los chicos continuábamos echando pestes del susodicho y presionando a los profesores. Dicen que la primavera enciende la llama del alma cuando los árboles recuperan su color. Tanto fue así que algo accionó la mente y el pene del bedel y culminó su trayectoria dentro de la novia de Carlitos cuando cayó el mes de marzo. Avergonzada, profanada y completamente aterrada, la chica se negó a levantar acusación alguna. Su novio y sus amigos, incluido un servidor, no estábamos tan seguros de ello. Lo planeamos durante semanas. Estudiamos sus horarios y las personas que moraban en el colegio a menguada hora. Recuerdo que era una noche calurosa y húmeda de mayo cuando bajamos del coche enlutados y decididos a rezar a Némesis. Saltamos la coercitiva e inútil valla del colegio. La caseta tenía las luces encendidas a pesar de que eran casi las 4 de la madrugada. La puerta estaba abierta pues no esperaba invitados. Aquella guarida apestaba a dejadez y a comida pasada. Los papeles y las cajas de pizza se amontonaban en los rincones. Al fondo, una pequeña estancia en la que se adivinaba la silueta de la presa. Al asomarnos, vimos a Eugenio tocando un solo de zambomba con las fotos de algunas de las alumnas que tendría escondidas en algún cajón previamente. La ira se adueñó de Carlos quien le asestó el primer golpe. Le amordazamos de forma rápida y le sacamos a rastras por la puerta trasera usando las llaves de nuestra víctima. Enric, el tercero en discordia estaba esperando con el coche en marcha. Ni un alma en manzanas a la redonda.

La investigación policial duró unos cuantos meses hasta que se cerró el caso. Sin testigos, sin arma homicida, sin rastros... El testimonio de la cría podría haber resuelto el caso pero sin él, no existía móvil. Los policías estaban dando palos de ciego y ellos lo sabían. Interrogaron a todo el alumnado. Todos coincidían . Eugenio era un cerdo y merecía haber desaparecido. Incluso todos teníamos coartada. Algunos real, otros ficticia. Por nuestra parte estuvimos jugando a poker en el local de ensayo de Enric ¿Todos culpables o todos inocentes? La constitución nos amparó para nuestro relajo. Sin embargo, cinco años después aún puedo ver sin distorsión alguna como Carlitos le aplastaba los genitales con su bate en mitad de un bosque. Nos detuvimos al salir el sol. No obstante, el cuerpo de Eugenio abotagado por la grasa y los golpes yacía inerte y vacío de toda vida en el suelo. Invertimos medio sábado en cavar una tumba que no merecía.

Ahora, con esa época dejada atrás, oí que Carlitos rompió con aquella chica y que Enric le hizo una mamada a la Beretta de su padre el policía y se fue sin despedirse. Comido por el remordimiento supongo. Yo por mi parte continúo teniendo pesadillas con aquel día y no puedo hacerme una herida sin que la sangre de Eugenio me acuda a la mente y a la nariz.

2 comentarios:

  1. Madre mía, me ha encantado..
    Se lo merece!

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  2. Magnífico, como diría usted.
    Me encanta la forma en la que hablas de violación sin usar lenguaje desagradable. Eres un especialista :D

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