viernes, 17 de septiembre de 2010

Otra marioneta con la que jugar



Llevo conduciendo desde hace horas. Los ojos comenzaron a escocerme al pasar la última estación de servicio y el último humano a la vista. Hace una hora y media. Comienzo a asustarme. El sol que antes se hacía sentir tan vital y cálido le ha dado el relevo a una esfera ambarina que se esconde sin prisa y sin pausa aplastada bajo el cansancio. La radio ha dejado de sonar y solo se escuchan siniestras interferencias que me obligan a desconectarla. Debo de haberla encendido sin percatarme pues las interferencias vuelven a sonar más fuertes que la primera vez. Termino por arrancar el casette y lo guardo en la guantera. Me detengo en el arcén y extraigo de mi bolsillo trasero un arcaico mapa que saqué de internet. El GPS quedó inservible media hora atrás.

De antuvión, un niño choca contra mi puerta lateral y me contempla sombrío. Recuperándome tras el grito ahogado que supuso mi primera reacción le escudriño el rostro. Durante unos segundos espectrales y eternos me sumerjo en las cuevas de sus ojos. Tez a tez. Aunque infantil, su cara es la de un anciano prematuro abatido por la vida y el dolor. Las ojeras eran tan exageradas que recordaban al maquillaje de las películas de serie B. Sus ropajes (mejor sería calificarlos de andrajos) eran de antaño. Como extraídos de una foto troquelada de color sepia. Le pregunto sin mucha esperanza por la dirección a Winter Hill. Poco me importaba lo que hiciera aquel crío en mitad del camino si me ayudaba a llegar a la Visionaria. Para mi sorpresa, alargó su brazo y señaló un pequeño e imperceptible camino lleno de ramas traicioneras y oscuras que se escindía de la carretera semicivilizada.
"Por alguna razón u otra sé que esta será mi última batalla"
 No me quedó más remedio que dejar el coche atrás. Le insistí al niño para que me siguiera y devolverlo a su casa donde le esperarían unos padres preocupados y no muy agraciados. El niño se me quedó mirando con una mueca taciturna y llena de pensamientos ocultos que me hizo estremecer. Ahora, llevo media hora caminando por un camino que parece no llevar a ningún lado. Si ese criajo me conduce a la muerte aún se lo tendré que agradecer al cabrón. ¿Hace cuanto abandoné la ciudad? ¿Días? ¿Semanas? Llevo demasiado tiempo investigando la desaparición de Alice. Tanto que mis elucubraciones alcanzan cimas ora reales, ora ficticias. Mi mente termina por reposar sobre un cojín de esperanzas vacías que nunca encontrarán su razón de ser. Harto de batallar con la impotencia, con el desconocimiento y con una policía burócrata y apática que se ha deshumanizado con el tiempo, decidí emprender una búsqueda suicida basándome en un viejo legajo en un libro de supersticiones y demás folclore. Ella siempre se reía por mis creencias en esas cosas. Si esto funciona, habrá valido la pena.

Aún no había anochecido cuando me corté con el último matojo y elevé mi última maldición. El pueblo de Winter Hill se extendía ante mí. El aire estaba invadido por la fragancia del salitre del mar a pesar de saber  que me encontraba en el centro del país (¿o no?) El suelo estaba ligeramente enfangado a causa de la nieve que ya comenzaba a derretirse al paso del gentío. Lejos de parecer un lugar fantasma, Winter Hill estaba pleno de habitantes y no todos ancianos y marchitos como era habitual en los pueblos. Para estar tan alejado y tan aislado del mundo no parecía afectarles mucho. No obstante, la lejanía se hacía notar. Sino en los edificios de corte casi medieval, si se notaba en las vestimentas. Pequeños pantalones ocres para los niños, faldas por debajo de las rodillas plisadas para las niñas, sombrías cofias aireadas por abanicos de flor de azahar adornando a las escasas damas que se mostraban y camisas remangadas en los hombres de la casa. Todos cuantos me circundaban clavaron sus miradas de paleto en mi persona. Por un momento, mi corazón se desbocó causando los conocidos y odiados pinchazos en el pecho. El doctor te mandó esas pastillas por algo viejo... Pero al recordar el peso reconfortante de la magnum 357 en el bolsillo de mi gabardina mi organismo se restaura como suele. Que me hayan retirado la placa no significa que no pueda agenciarme un arma. Murmullos y susurros de ultratumba conquistan mis tímpanos. "¿Qué haces aquí extraño?" "Vete de nuestro pueblo" "Lo lamentarás..." "Vete antes de que sea tarde" No me habría achantado tan rápidamente de no ser porque nadie cercano movía los labios.

Tras preguntar a algunas personas que me contestaban con escasa gana llegué a la casa de la Visionaria. Al plantarme en la puerta algo me hizo tornar la cabeza. Más de cincuenta personas de rostros macilentos y peinados grasientos me contemplaban con sus espectrales ojos. Los murmullos comenzaron a hacerse más y más fuertes. Cobrando un cariz más amenazante. Recuerda tu magnum. Recuerda a Alice. Entré por la puerta y una bofetada de peste a cajón de gato, dejadez e incienso me llenó los pulmones. Me cubrí la boca con la bufanda aún siendo tarde para no marearme. En el centro de la estancia, una mesa redonda en cuyo único asiento descansa una anciana menuda. Se cubre la cabeza con un pañuelo y la escasa luz de las velas de sebo le llenan la cara de sombras. A pesar de las tinieblas que me rodeaban, pude advertir que esa mujer nunca fue bonita. Incluso la lozanía de la juventud la debió sentenciar a una boca torcida de finos labios, una nariz bulbosa y llena de verrugas y un cabello ralo que apenas le cubría media frente. Con una mano apergaminada me indica que tome asiento. Prefiero quedarme de pie, nadie sabe lo que podría pasarme desprevenido. Mi puño abraza la culata de mi pequeña. Por alguna razón u otra sé que esta será mi última batalla.
"No hablaré hasta que sueltes el arma"
Sorprendido me saco la mano del bolsillo y le muestro las palmas para demostrar mis buenas intenciones que solo se basan en la defensa personal.
"No tienes nada que temer de mi gente. No te harán nada hasta que yo se lo ordene"
Nada atemoriza más que una amenaza educada. Algo se refriega contra la pernera de mi pantalón. Un gato de pelaje atigrado se refocila con el roce de mi cálida y ansiada carne. Sacudo instintivamente la pierna y el gato se aleja ante tamaña ofensa para acudir raudo al regazo de su deteriorada dueña.
"Veo que eres un hombre de carácter. Eso te será útil aquí"
"No pretendo quedarme mucho tiempo, señora. Solo busco información"
"Como todos, muchacho. Sabía desde que Alice se marchó que te recibiría en esta misma estancia"
Su voz es metálica y fría como la mano de la muerte. No me pasa inadvertido el deje de deleite arrogante que deja caer de sus agrietados labios cuando pronuncia el nombre de Alice. Intento disimular mi asombro con dureza pero mis piernas acaban por delatarme y comienzan a temblar. Siéntate muchacho. Insiste la vieja. Es como una cucaracha. No sé porque me repele. Pero lo hace. Al cejo de la anciana acude una sombra de rabia. ¿Será capaz de leerme el pensamiento la muy golfa?
"Mi información no es gratis..."
"Traigo dinero"
"Déjame acabar... Mi información no es gratis ni tampoco grata. Yo he visto lo que le pasó a Alice y sé a ciencia cierta que no querrías saberlo"
"No he atravesado medio país para irme de vacío abuela"
"Yo tampoco llevo esperándote casi cinco años para irme de vacío..."
Abro la cartera para soltarle el fajo de casi mil dólares que traigo bajo manga. La anciana comienza a reírse liberando una ola de fetidez digna de mil tumbas abiertas. Los pocos dientes que se abrazan a las encías están corroídos por la piorrea.
"No quiero tu dinero cretino...¿Dónde lo podría gastar en Winter Hill?"
"¿Qué quiere entonces?"
"Otro perro en el jardín. Otra marioneta para jugar. Otra alma para guardar en mi tarro"
"¿Mi... alma?"
"Forma parte de la población de Winter Hill para el resto de tus días y sabrás lo que andas buscando"
Por unos segundos me mostré abatido y dubitativo. Los malditos susurros no eran amenazas sino advertencias. Los paletos solo querían evitar otro compañero en la jaula. No obstante tenía cincuenta y cuatro años en mi haber. Nueve prácticamente viudo aunque nunca lo acepté. Estaba cansado de la vida y de sus falsos halagos. Cansado de este infame teatro en el que nunca cae el telón.
"Muéstreme lo que he de ver, anciana"
Mientras la velas se apagan azotadas por un viento inusual para la época la risa cavernosa y malévola de la anciana es lo último que oigo antes de contemplar el amargo y nefasto final de mi amada.

3 comentarios:

  1. Así es como tu escribes =) Largo y con un nivel que me ha echo sorprenderme!
    Le doy un 9 y medio así que imaginate ;)

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  2. Me alegro de que te guste nena! :D
    Ya he corregido lo de radia ¬¬

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  3. Es una mezcla entre Silent Hill,Medium y mi peor pesadilla. Me asustas Vicente Balaguer haha!

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