jueves, 6 de mayo de 2010

Con el cascarón pegado en el culo

Recuerdo con cariño mis primeras andaduras por este mundo. Mi mente evoca momentos memorables como el primer beso, el primer rechazo o el primer sí. Ahora todo es diferente, tengo diecinueve tacos, voy a la universidad. Un mundo nuevo por así decirlo. Sin embargo, aunque mi mundo ha cambiado no considero que yo le haya seguido los pasos. Conservo algunos valores de mi infancia, algunos los perdí por considerarlos pueriles, otros por inservibles. Algunos otros se me escaparon de las manos por acciones externas repletas de maldad. No obstante tengo presente que las acciones de mi infancia me han convertido en el hombre que soy y, aunque dejando atrás una vida no exenta de errores, no las cambiaría por nada.
Suponía que la vida era igual que antes. Que en diez años no podían cambiar tantas cosas. Ignorante. Catorce años son veintiuno de antes. Ahora solo se habla de sexo y de píldoras del día después. Y no son adolescentes quienes abren sus bocas desvirgadas para decirlo sino niños y niñas que pueden dar gracias si tienen pelo en la entrepierna. ¿Qué está pasando? Todos hemos tenido escarceos con los calentones en nuestra época adolescente pero nunca bajo semejante presión. Ahora el que mantiene sus creencias y considera que el sexo es algo más se le aparta y ridiculiza y a aquella que conserva su dignidad se le fuerza. Menudo avance.
Es posible que el que vaya a contracorriente sea este humilde escritor. Pero realmente, escogí una vida en la que la chica de mi cita me daba un beso en la mejilla con una sonrisa antes de subir a su casa y yo me volvía a la mía más feliz que unas pascuas. Ahora si una chica hace eso se le tacha de desabrida y si un muchacho es el que se comporta de esa forma también se le tacha de niño. Puede que lo único que busquen sea actuar conforme a su edad y teman llegar a los veinte y que no les quede nada por ver.
Crecer deprisa no te hace más hombre o mejor mujer pues tus años y tu actitud te delatan. No importa la experiencia que tengas, a los ojos de los demás continuarás siendo un instrumento y cuando tengas veinticinco años y mires atrás, te arrepentirás de no haberte valorado más y de no haber caminado en lugar de correr por unos caminos que no te correspondían.

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