martes, 25 de mayo de 2010

La ira de un pueblo

  Tras el holocausto judío el mundo entero se estiró de los pelos al contemplar con sus propios ojos que la barbarie humana no sabe de límites. Las huestes del nacionalsocialismo comenzaron su cruzada contra el pueblo hebreo al llegar Hitler al poder. Por suerte fueron detenidas en el 1945. Demasiado tiempo si nos fijamos en los acontecimientos. Campos como Dachau, el nefando Auschwitz, Mauthausen o Treblinka vieron como en sus piras eran incinerados los cadáveres de 6.100.000 judíos. Ahora el pueblo judío respira tranquilo. Todo atentado contra su cultura ha desparecido o se halla en su más bajo nivel. El antisemitismo antiguo como tal se ha desvanecido engullido por la lástima y el tiempo. Lo que no ha desaparecido es el resentimiento, odio y desazón que los judíos llevan dentro.
En el año 1948 la ONU tuvo por bien el cederle parte de la actual Palestina estableciendo el estado de Israel para que el pueblo judío tuviera donde corretear. Esta decisión brillante conllevó un evidente exilio de población árabe que fue arrancada de sus casas de buenas y de no tan buenas maneras. La gente expulsada tuvo que huir a Cisjordania, Gaza y a otros estados árabes vecinos creando problemas de convivencia entre las gentes de Palestina. ¿Excusas? Las hay pero no buenas. La gran mayoría del judaísmo se concentra en Israel e históricamente estuvo bajo dominio judío en los tiempos del abuelo Patxi. Bueno, ¿Y qué me cuenta?
En Oriente Medio se ha pasado por varios niveles de tensión siempre regados por sangre palestina. El pueblo árabe no tiene ni la tecnología ni la soldadesca para enfrentarse al torbellino judío que parece insaciable. Apoyados por Estados Unidos, Inglaterra y Francia que velan por sus intereses petrolíferos, el pueblo de Israel se ha crecido y se ha agenciado una carta blanca para caminar por Palestina saludando con la mano. A los palestinos como a todo hijo de vecino no les gustan que les pisen el césped y comenzaron las hostilidades. Nasser (presidente de Egipto) nacionalizó el canal de Suez impidiendo el paso de barcos enemigos y cerrando todo acuerdo petrolífero con Israel y sus amiguetes. Por otro lado, las organizaciones terroristas del Frente de Liberación Palestino y demás comenzaron a atacar posiciones israelitas. Los judíos, como si estuvieran buscando una excusa, echaron sus fusiles al hombro y marcharon hacia territorio palestino conquistando en seis días un territorio considerable para luego negarse a devolverlo ante la ONU. Luego vino la guerra del Yom Kipurr en la que el ejército palestino demostró que no todo estaba acabado y recuperó algunos territorios. El ejército israelí, desproporcionado como acostumbra, contraatacó para dejar las cosas claritas.
El conflicto sigue ardiendo con el apoyo de potencias que no saben del dolor del pueblo palestino y por el control del omnipotente crudo. Con la guerra, Palestina es más pobre que nunca a pesar de tener la materia prima más codiciada. ¿Por qué? Porque este es el mundo de la codicia, del dinero y de la frialdad. Los judíos estadounidenses en el poder seguirán abriendo sus carteras para financiar la tortura árabe mientras tengan gasolina en sus coches por muchos aviones que lancen contra sus torres y los israelíes seguirán avanzando mientras tengan una nación que explotar y con la que liberar ese resquemor que les atenaza su avarienta alma. Lo único que no sé es si ahora los judíos que invaden territorios que no le pertenecen miran a los niños palestinos con el mismo desprecio, odio y superioridad que sufrieron a manos de los alemanes 60 años atrás.

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