lunes, 14 de junio de 2010

Los laberintos de la mente vol. II

Las cadenas que mantienen mi cuerpo fijado al suelo comienzan a apretarme demasiado. Solicito al funcionario de prisión que las afloje. Pero al parecer no le gusta el tono pues solo obtengo a modo de respuesta una mirada de desprecio inconmensurable. Me odia. Genial, porque yo a él también. La puerta de la sala se abre. Un condenado federal. Que honor. Enlutado con un traje de algodón en una sala no refrigerada y angosta. Diseñada para propiciar mi incomodidad. Hola Jason. Consigue articular su hipócrita boca.
Lleva consigo una carpeta marrón de cartulina. De las que contienen fotos escabrosas no aptas para menores. ¿Puedo sentarme? Será cabrón. Hago un gesto displicente. Me trae sin cuidado todo cuanto quiera decirme. Se sienta frente a mí y me observa de arriba abajo. Contempla la patética escena. Mi mono naranja con el número de serie como un vulgar perro de perrera. Los enormes eslabones que desembocan en sendas esposas reforzadas. Las cadenas que están enganchadas al suelo con un candado industrial que ni un bisonte enfurecido podría doblegar. Mi barba de meses, mi peinado descuidado, mis ojeras de recluso neófito. Parece confiarse. Me dice su nombre: Stan Rush. No revela su rango ni su especialidad. Cree que me tiene contra las cuerdas y que no me debe explicaciones. Sin embargo he hecho mis deberes. Sé que pertenece a la brigada de análisis de la conducta del FBI. Tiene una mujer, Linda y dos preciosos hijos, Sean y Sarah. Esa es mi principal baza y él no se la espera. Se coloca unas gafas de pasta que tenía en el bolsillo interior de la americana negra. Se las acopla en el puente de la nariz y abre la carpeta. La primera foto que se desliza saca a relucir mi quinta purga. Elizabeth Parker. Una furcia que mató a su marido para lograr la herencia tan anhelada durante los dos años de ficticia y nefasta unión marital. No recordaba que los pedazos fueran tan pequeños. Antes de comenzar-dice- ¿te apetece un café? No. Sin embargo pide al funcionario que me traiga uno de esos cafés insípidos y aguados de cortesía. Lo tengo calado. Quiere que vea que no tenga poder para negarle nada. Cuando me traen el café comienza el espectáculo. Coloca las imágenes en disposición horizontal. Todas mirando hacia a mí. ¿Apelando a mi sentimiento humano Stan? Me pregunto qué táctica pretendes seguir para derribarme.
Las fotografías hacen que mis recuerdos bailen sádicos ante mis acostumbrados ojos. George Slater, delincuente sexual. Paul Wolf, asesino accidental, aunque asesino. Alice Neri, cleptómana, maltratadora de niños. Neal Jackson, sacerdote, le gustaban demasiado las entrepiernas sin pelo. Así hasta completar mi rica panoplia que contaba con más de 30 piezas en mi haber. Todas reflejando lo que los analistas de mentes retorcidas tachan de “firma”. Una serie de tajos en la cara que simbolizaban la desfiguración interior de esos, digamos, sujetos. Al principio lo hacía por ensañamiento. Luego se convirtió en ritual. Alzo la mirada con una media sonrisa. Mezcla de emoción y de saber por dónde van los tiros. Como aficionado a la psicología que soy puedo deleitarme con cada gesto de la micro expresión de Stan. Un sencillo balanceo cuando me acerco a la mesa, me teme. Un acoplamiento de las gafas cuando me inclino ante las fotos, no sabe cómo le saldrá la jugada. Maldito novato, te tengo.
“¿Dónde están?”
No reveles tu posición, Jason. Manténle la mirada. Si la desvía sabrás cómo está funcionando la batalla. Acaba bajando la mirada. No la desvía. La baja. Rindiéndome tácita pleitesía. Me sonrío inconscientemente. Sé a quiénes se refiere. En la carpeta hay 34 personas fallecidas. Yo alcancé las cuarenta. Parece nervioso. Al parecer ha estudiado bien mi perfil. Aparta las fotografías restantes con ecuánime expresión. A base de costumbre se ha vuelto tan inmune a la empatía como yo. Levanta un folio con información escrita en él y comienza a recitar.
“Jason Carver, asesino en serie. Alias: la balanza de Boston. 40 víctimas confesadas. 34 halladas en diferentes puntos costeros y fluviales” baja el folio “Eres un ególatra. Crees que con esas seis víctimas nos tienes bajo tu poder”
“¿Y no lo estáis? Estoy encerrado en una sala incomunicada. Dos guardias armados vigilan mis movimientos porque les va el sueldo en ello. Mis extremidades están sujetas al suelo por más de diez kilos de cadenas de hierro forjado. Pero basta un solo movimiento para que te estremezcas”
La sala se queda en silencio y hago amago de abalanzarme contra Stan. El pobre infeliz se sobresalta tanto que se le caen las gafas de la mano. Mi risa maníaca y fría llena cada centímetro del habitáculo. Stan continúa con el interrogatorio.
“Jason, tu situación solo puede mejorar. Dinos donde están las demás víctimas y tendrás un trato menos… estricto”
Levanto la mirada y el foco cenital que nos alumbra arroja un antifaz de sombra sobre mis ojos hundidos.
“¿Víctimas?”
Pongo las manos sobre la mesa y las entrecruzo al son del tintineo de los eslabones.
“Déjeme decirle algo Stan. En este mundo no existe la inocencia. Todo cuanto hay son máscaras y niveles de culpabilidad. Michael Stark, era un traficante de chicas indefensas que venían desde Rusia y los países balcánicos y Rose Puppet…”
“¿Por qué has escogido a Michael Stark para ilustrar tu ejemplo?”
Suelto una sardónica carcajada.
“No se le ocurra intentar manipularme Stan. No cree necesidades en mi mente”
“Solo he hecho una pregunta”
“Una pregunta absurda. Tan absurda como su presencia en esta habitación”
“¿Es porque Kaira te recordaba a tu hija?”
“No vuelva a nombrar a mi hija”
"Sé que es doloroso"
"¿Qué coño sabe usted del dolor?"
"Sé que causárselo a otras personas no lo mitiga"
"Yo solo se lo he causado a quien lo merece. Kaira simplemente no lo merecía"
“Kaira fue el motivo por el que te cogieron”
“Me cogieron porque había culminado mi obra”
“¿Eso crees?”
“Me subestima”
“No, tú te sobreestimas. Te atraparon porque no pudiste evitar llevarla a un hospital donde confesó todo cuanto le hiciste delante de ella al señor Stark”
“El “señor” Stark la violaba cada noche sistemáticamente y pretendía venderla por cinco de los grandes a otros depredadores que no la tratarían mejor. Estaría muerta de no ser por mí”
“Y aún así te traicionó. Y tú no eres tonto Jason. Sabías que lo haría pero no pudiste evitar salvarla. Te recordaba demasiado a tu hija, Katie…”
“¿Qué tal está Linda, Stan?”
“¿Cómo dices?”
“Seguro que sigue tan preciosa como siempre”
“¿Cómo sabes…?”
“Oh… Te creías el único con poder ¿Verdad? Veo que no lleva el anillo pero se te nota la marca. No juega limpio Stan. No puede pretender que le hable de mis secretos cuando usted me esconde los suyos”
“Mi familia no es un secreto”
“Desde luego que no. Ahora mismo podría hacer una llamada y hacer que toda su familia corriese más peligro que en toda su vida. No se trata así a un secreto. Y cuando vea sus cadáveres en el lecho de un río con la cara destrozada por los besos de un cuchillo podrá hablarme de lo que es el dolor y haré que cambie su modo de ver el mundo para siempre"
“Eres un maldito psicópata. No te atrevas a amenazarme”
“Oh, no le amenazo inspector. Se lo prometo”

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