Por primera vez en mucho tiempo, me siento a ver la televisión. Por alguna cruel razón mi espíritu demandaba el saber de personas más desdichadas que yo. El noticiario de la mañana me acompaña en un amanecer negro en el que no dejan de venir a mi memoria los devenires de la noche anterior. El sol que recorta las siluetas de los edificios contra el firmamento parece no calentar tanto como otros días. En la televisión comienzan a relatar los sucesos más recientes y polémicos. Una niña atropellada en una carretera neblinosa, un joven apuñalado en una reyerta... Las atrocidades del siglo XXI no parecen sofocar el temblor de mi corazón. Tal vez es demasiado pedir habiendo pasado apenas unos días desde que terminó el peor calvario de mi vida. Soy una mujer sencilla. Me entrego en cuerpo y alma a mi empleo. Tal vez sea por eso por lo que nunca encontré un marido que comprendiese mi abnegación para con mi vida laboral. Sea como fuere y a pesar de los sermones de mi anciana madre, disfruto de mi soledad, del silencio de mis habitaciones y de la tranquilidad de mi hogar. Pero la pasada noche fue la primera vez que me sentí... sola.
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"Un segundo hombre se erguía ante mí" |
Salía de mi trabajo como cada noche. Organizando aburridos informe hasta tarde como de costumbre. Cuando salgo de mi despacho solo me cruzo con Bennie, el de seguridad. Un hombre rechoncho y afable que dudo que pudiera impedir un asalto de más de un hombre. Con cordialidad ritual me despido de él y salgo por la parte trasera del edificio para acceder al aparcamiento. Usando el mando de la cerradura abrí la puerta de mi mercedes metalizado cuando de golpe un individuo repugnante salido de la penumbra se abalanzaba sobre mí y me abarraba contra uno de los muros del aparcamiento. Apestaba a alcohol y a mala vida. Me colocó el filo gélido de una navaja automática en el cuello y me masculló algunas amenazas apenas audibles sobre mis impotentes sollozos. Cuando comenzaba a subirme la profesional falda parda, un líquido caliente y muy abundante me bañó el rostro. Me atreví a abrir los ojos para concienciarme de la escena que me rodeaba. Los jadeos del asaltante habían cesado pues yacía en el asfalto con la garganta abierta por un enorme y profundo tajo que sangraba profusamente hasta mancharme los tacones. Un segundo hombre se erguía ante mí. Mucho más corpulento y aterrador que el anterior. El primer asaltante parecía un yonki de los bajos fondos pero aquel tipo era un psicópata sacado de una película de Tarantino. Llevaba un cuchillo enorme en la mano izquierda que aún goteaba. Limpió con frialdad la hoja en la pernera de su víctima y se lo enfundó en un tosco estuche que llevaba en el interior del abrigo oscuro cruzado que lucía. Bajo él, una sudadera gris cuya capucha cubría gran parte de su rostro con la sombra de la helada noche. La boca estaba al descubierto dejando entrever una cicatriz que surcaba de forma clara el labio superior. Una vaga sonrisa se deslizó por aquellos labios. Sin mediar palabra, comenzó a andar hasta ser engullido por la penumbra de los callejones de la ciudad.
Tras unos días prestando declaración, dándoles a las fuerzas del orden unos datos vacíos e inútiles, me dejaron en paz. Solo quería llegar a mi casa y olvidar aquel pasaje de mi vida. En las noticias hablan de una mujer brutalmente asesinada con móvil sexual. Un sentimiento de empatía victimista me invade y destroza mi alma. En el informativo reviven de forma sensacionalista los momentos del entierro de la malograda mujer. Un hombre hablaba de forma trémula entre lágrimas y temblores. Cuando maldice a los cuatro vientos al asesino de su mujer me percato de la oscura cicatriz que le deforma el labio superior.
Me encanta, te lo prometo. Y cada relato mejor que el anterior :D !
ResponderEliminarQue chulo! =)
ResponderEliminarYa era hora de que volviera una buena crónica del dolor ;)
genial,bueno tu ya lo sabes eres el mejor
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