sábado, 23 de octubre de 2010

Mantuvo su honor intacto

Esta pocilga apesta a tabaco y a camiseta sucia. No he querido mirar la hora para no perder los estribos pero llevo sentado en la oscuridad unas cuantas horas. El sillón sobre el que me acomodo (si es que se puede decir eso) finge ser antiguo con sus rombos de piel en el respaldo y sus patas animalizadas. Hay ropa y cajas de comida rápida por todas partes. Por suerte, eso revela una soltería que me ahorrará trámites. El alcohol comienza a desvanecerse de mi organismo. El mismo alcohol que afiló mi odio horas atrás me está abandonando después de ponerme en tal aprieto. Pero sorprendentemente el arrojo que me confirió no ha sufrido merme alguno. Quizás lo aviva más incluso.

Ahora que mi cerebro vuelve a estar activo a pesar de los condicionantes de la furia las imágenes de Ashley en la cama del hospital retornan a mí como el destello de un disparo. Con todos esos cables en el cuerpo, los ojos demasiado golpeados para ver algo que no fuesen sus atroces recuerdos y mi corazón haciéndose trizas cuando intentaba darme unas explicaciones que no comprendía. Intentando mitigar aquellos crueles flashbacks de mi mente y algunas imaginaciones que nunca debieron existir contemplo el reloj. Cinco horas sentado industriando la mejor forma de recibir una satisfacción. Reviso mi revólver y la munición que abraza como si de sus seis retoños se tratase. Tras unos segundos guardo el arma en el bolsillo de mi levita. No quiero que sea rápido. Joder, que ganas de fumar tengo. No fumes viejo. Cualquier despiste significa una prueba forense y no tienes ni idea de que naipes te brindará la noche. Puede que a ese cabrón le queden minutos de vida y tú no debes aparecer en ellos a ojos ajenos.

Casi puedo imaginarlo. Mi pequeña Ashley ya hecha una mujer bailando para divertirse mientras las alimañas lo interpretan como una invitación sexual. Uno de ellos reúne el valor que le permite su corazón de rata e intenta acceder a un tesoro mayor que el que pueda merecer jamás. Mi pequeña rechazándolo con los pulcros modales que su madre y yo le inculcamos. Aquella escoria tomándoselo como un desafío y cogiendo lo que no es suyo por la fuerza. Estoy seguro de que luchó por su honor y eso fue lo que le costó estar postrada en una fría y esteril cama de hospital.

Mi puño tiembla aferrando el vetusto cuero de los brazos desconchados del sillón. No pegues golpes en la pared. Epiteliales en el papel pintado. No masculles. Partículas de saliva. La cerradura gime. Una llave la acaba de apuñalar y ahora se retuerce. Me levanto y me crujo el cuello. Va a ser una noche muy larga. El rectángulo de luz que proyecta la apertura de la puerta sobre mi silueta sorprende a la sabandija mientras balbucea exigiendo mi identificación. Son las cuatro de la mañana. Sueños demasiado profundos como para quebrarse por los lamentos de un subhombre, calles despiadadas a las que no les importa perder a uno de los suyos, horas y horas de soledad para conseguir la satisfacción que mis puños, mi alma y mi querida Ashley necesitan.

3 comentarios:

  1. Se que lo harías si fuera Raquel :)Pero a ella no le pasará nada de NADA :$

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  2. me gusta,lo de las epiteriales genial

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  3. Uy!Ya se cuidarán los penes del mundo de tocarla ¬¬

    Gracias titi! :D

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