Yacía en mi cama, sumido en un sueño intranquilo. La tormenta eléctrica de la pasada tarde había creado un ambiente húmedo y espeso en la ciudad que podía respirarse en el interior de las casas. Concilié el sueño entre rayos devastadores y truenos ensordecedores. Tal vez fue por ello por lo que visiones horribles me abacoraban en mis oscuras pesadillas. Corría en la más completa solitud por un bosque lleno de sombras mentirosas y ramas amenazantes a priori. Las malas hierbas arañaban mis pies descalzos y me impedían correr con soltura. Corría y corría sin saber bien el por qué. No obstante, sabía que de detenerme mi destino solo podría mostrarse a los mayores de edad. Todo el follaje comenzó a perecer de pronto. Caían hojas podridas de las copas y las hierbas se metían en el suelo huyendo de la misma forma que yo. Levanté la mirada y me hallaba en mitad de un páramo desértico y plagado de muerte. Mi sueño tomó esa revelación por despedida y mis ojos se abrieron.
A pesar de hallarme en plena y consciente vigilía, mi cuerpo se negaba a moverse. Aterrorizado, intenté retorcerme en mi camastro sin el menor resultado. Con los ojos como platos comencé a escudriñar en la oscuridad de la sala hasta que comprobé relajado que me hallaba en mi cuarto. De antuvión, una sombra más negra que la propia oscuridad que reinaba en mi cuarto se alzaba a los pies de mi cama. En mis oídos comenzaron a reverberar la risa de miles de niños. Una risa tan infantil y alegre que resultaba siniestra resonando en una situación semejante. La sombra comenzó a alzarse más y más hasta alcanzar los dos metros de altura. El sudor empezó a empapar mi camiseta y cerraba los ojos con la vacua esperanza de huir de aquella pesadilla tan real. Podía notar a pesar de mis contumaces intentos como aquella sombra continuaba en la habitación resollando aquejada de alguna enfermedad respiratoria. Al parecer portaba un bastón que crujía bajo el peso de su antaño poderoso brazo. Reuní el poco valor que me quedaba en mis heladas entrañas y abrí los ojos. La sombra continuaba a los pies de mi cama balanceándose sobre su garrota. A pesar de las tinieblas, pude percibir que estaba sonriendo. La risa de los niños cada vez era más intensa y aterradora.
"¿Puedes oírlos?"
Su voz sonaba fría y cavernosa como si surgiese de dentro de un glaciar. Carente de sentimiento y de vida. Una voz diseñada unicamente para transmitir información pura y sin adulterar. La cabeza me daba vueltas. El interior de mis pantalones de pijama comenzó a empaparse de mi propia orina. Tenía la boca seca y los ojos llenos de lágrimas.
"Yo sí puedo oírlos" continuó aquel ser "Los oigo noche tras noche. Día tras día. Martilleando mis sienes y aniquilando cada esperanza de descanso que mi alma albergó en su día. No quise su muerte. La de ninguno de ellos. Solo quería mitigar ese impulso animal que en mí hervía. ¿Eso me convierte en un monstruo?"
La figura se acercó a mí y pude aspirar el aroma de la podredumbre. El hedor de la carne descompuesta y maldita.
"¿Quién decidió que no merecía saciar mi sed?" soltó el bastón y me aferró ambos lados de la cara con sus putrefactas garras "Si no puedo descansar... nadie me impedirá saciar esa sed..."
Algo en mí se activó y me revolví notando como sus manos se convertían en polvo ante mi muestra de fuerza. Las risas de los niños se disiparon junto a la sombra. Encendí la luz y en aquella estancia solo estábamos yo y mis húmedos pantalones. Las lágrimas anegaban mi rostro y los temblores no cesaban a pesar de saber que solo había sido un sueño. Me sequé la cara con el dorso de la mano y me dispuse a salir de la habitación para dejar atrás aquel nefando recuerdo pero al poner la mano sobre el picaporte tropecé con un bastón de roble corroído de la empuñadura hasta el fuste por los años y el uso de un alma que jamás encontrará su lugar.
Ahí sí que has dado en el clavo!Sabes lo que me gusta pasar miedo haha
ResponderEliminarEsta noche ya no duermo...vergüenza debería darte! :P
me gusta mucho
ResponderEliminarUna historia fantastica,un final genial.Me encanta
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