Desde los orígenes, el hombre se ha desvivido por desencriptar todos y cada uno de los interrogantes que la naturaleza nos coloca ante la cara. La actitud contumaz del ser humano le ha llevado a callejones sin salida de forma constante. Es por ello que cuando llega al borde del precipicio no es capaz de asumir sus propios límites. Para salvar este escollo se inventan mitos, deidades, leyendas y demás cuentos de viejas. Actuamos como niños. Montando un puzzle demasiado grande para nuestro intelecto con pletórica expresión. Sin embargo, cuando somos incapaces de terminarlo desbaratamos las piezas y nos dedicamos a otra cosa. Es lo que ocurre actualmente con toda pregunta carente de respuesta. Nos inventamos la contestación a fin de no reconocer nuestra estupidez. Dónde quedaría entonces la ponderada evolución de la psique humana ¿verdad?
Cuando las precipitaciones eran escasas, en tiempos medievales, se tenía por costumbre sacrificar animales a fin de aplacar a un Dios vengativo y asolador. Ahora que sabemos las causas de una escasa lluvia o de unas temperaturas elevadas Dios pierde corporeidad. Todo cuanto nos contaron siglos atrás se nos antoja una cortina de humo. Y ahora la iglesia se pregunta que pasa. No me hagan reír. No obstante no solo lo inalcanzable a nivel intelectual sufre ataques frontales cuando la mentalidad madura. Cuando apareció la gripe porcina todo el mundo comenzó a tirarse piedras a la cabeza culpando a los gobiernos con argumentos conspiranoicos pues somos incapaces de derrocar nuestro propio orgullo y gritar bien alto que no conocemos la respuesta.
El ser humano continuará abogando por lo absurdo antes que dejar de correr por un camino demasiado escarpado. Solo cuando llegue a la cima tras múltiples caídas mirará atrás y se reirá de todas las estupideces que dijo e hizo mientras trepaba por una cuesta que le venía grande.
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