¿Qué nos está pasando? El ser humano se encarga de crear nuevos límites de su propia vileza. La muestra más reciente de ello es la mediática y triste muerte de Cristina Martín en el pueblo toledano de Seseña. Su (presunta)asesina, Patricia, compañera de clase de Cristina concertó una cita con la víctima para enfrentarse en una pelea. La riña dio un giro desafortunado y terminó con el último aliento de la muchacha de tan solo 14 años de edad. Según aseguraba la prensa de ayer, Cristina no se dejaba amedrentar facilmente debido a su fuerte caracter y por ello acudió a la cita. Mi caracter es muy similar y soy muy consciente de que el orgullo es un gran defecto. ¿Acaso es un defecto tan grave a pagar con la vida? En una escala de valores el asesinato me parece mucho más bajo que la actitud desafiante.
El caso de Cristina Martín ha dejado una cicatriz en el rostro de Seseña y ha destrozado a una familia entera para el resto de sus vidas. Unas vidas que Cristina no podrá presenciar. Según parece, la pena máxima para los criminales menores de 18 años y mayores de 14 es una simple internamiento en un centro de menores durante un mínimo de 3 meses prorrogables a 6. Que poco valoramos el dolor humano. Cristina vio como su vida terminaba por no arrugarse ante un monstruo y ahora su familia llora su ausencia mientras su asesina se prepara para afrontar una pena que ralla en lo risible. Dentro de 6 meses (siendo optimistas) Manuel seguirá llorando a su hija y Cristina Martín no habrá retornado de su injusto destino y el engendro que la sepultó paladeará una tarta de fresa al sol, respirará aire fresco y sentirá el calor del abrazo de alguien.
Ayer al mediodía se celebró el sepelio de Cristina. No creo que nadie se haya atrevido a decirle a la familia que la persona que les arrebató a su querida niña ha recibido lo que merece. Dudo que alguien en este país continúe diciendo que los menores no tienen consciencia. Yo tuve 14 años y nunca he visto mis manos tintas en sangre. ¿Cuestión de educación? NO. Cuestión de elección.
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