martes, 1 de febrero de 2011

Como siempre

Escucha el sonido de cada día a la misma hora. 19:30, una llave acuchilla la puerta y siempre es ella la que entra. Nunca ha habido tiempo ni dinero para el anhelo. Él continúa pintando sus soldaditos de plomo. Gruñón. Como siempre. Los pegotes de pintura gruesos y oscuros de sus uñas le hacen pensar en su corazón. Tan reseco y marchito como aquellas manchas. Ella deja el bolso en el sofá, como siempre. Un sucinto y discreto hola parece suficiente. ¿Cuándo dijeron que un beso era demasiada muestra de afecto para una historia tan vieja? Él no lo recuerda. Sí recuerda cuando quería recuperar la costumbre. Sí recuerda cuando decidió que era mucho pedir. Ella se encamina hacia la habitación quitándose la chaqueta. En otro tiempo, la habría arrojado contra la cama y le habría demostrado su amor. Pero ¿Qué amor quedaba ya? Solo la costumbre, solo el temor a la soledad.

La cena transcurre sin incidentes. Ya no hay fuerzas ni para discutir. Ambos saben lo que vendría a continuación. Solo el sonido incesante de ese maldito reloj de carrillón que la madre de ella les había regalado. Mejor eso que el impertinente sonido de su respiración constante y asmática. Él solo la mira cuando hace algún sonido fuera de lugar. Ni siquiera levanta la mirada de aquellas lentejas aguadas cuando ella saca algún tema trivial. Solo contesta y evita el peligro. Como siempre.

Los hijos habían marchado hacía mucho y fue entonces cuando se percataron de lo aburridos que eran y de lo que se irritaban el uno al otro. Pero no les quedaba nada. Solo la compañía cruelmente conciliadora que ambos se daban condescendientes. Tal vez, solo tal vez, él debería hacerle una mamada a su escopeta de doble cañón y abrirse un agujero en la nuca y sorprender a su mujer con una escena diferente a las 19:30. Pero se le va pronto de la cabeza. Como siempre.

"¿En qué piensas cariño?"
"En nada, querida"

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