viernes, 18 de febrero de 2011

¿Cómo hemos llegado a esto?

Llevo tanto tiempo en esto... Tanto tiempo que ya no duele. Las calles en las que crecí. Las que me vieron sufrir y no movieron un dedo. Esas mismas calles canallas y despiadadas vuelven a ejercer su sádico papel una vez más. El cruel jaleo que están montando los chicos se me antoja ajeno. ¿A quién vitorean? ¿A quién abuchean? Solo existe él. Su mirada. Tan llena de rabia. Los hilos del odio le hacen crispar los labios. Estamos dando vueltas. Sé que yo tengo la misma cara. Una muy diferente a la que quiere mostrar mi alma que solloza de impotencia. Es tan común. La pelea visual antes de la pelea física. La atmósfera vacía que se crea entre tú y tu rival. Como si os hubieran aislado en una campana llena de malevolencia. Los chicos la contemplan, llenos de gozo. Saben que solo uno saldrá con vida y se relamen de gusto.

Durante unos años disfrazados de minutos nos miramos. Uno a cada lado del círculo que nos dejan los chicos. Sé que él quiere sangre y un pedazo de mi ser, el animalizado, quiere dársela. Quiere darle mucha sangre. Sin verlo venir, su frente impacta contra mi nariz. Los ojos se me encharcan de lágrimas y me duele la cabeza. Puedo notar como sus puños impactan contra mi estómago una y otra vez. Es cierto lo que dicen. Quien pega una, pega dos. Pero no duele. No en el momento. Me tiro al suelo y puedo ver como se abalanza sobre mí. Ya no oigo los gritos de los chavales. Solo puedo escuchar el friegue de mi ropa contra el suelo, el zumbido de los oídos tan familiar. Agarro un puñado de arena y se lo lanzo a los ojos. Entre bramidos se echa hacia atrás. Le asesto una patada en el pecho y lo lanzo contra su espalda. Se revuelve. Mucho. Siempre fue muy fuerte. Pero yo lo soy más. Lo estampo contra el muro y puedo oír como el cráneo se le fractura en la parte posterior ¿Cuántas veces descargué mi puño sobre él? cientos, tal vez miles. El chapoteo de huesos fracturados contra la sangre de su rostro es suficiente para mí. Él, entre estertores, balbucea "¿Cómo hemos llegado a esto?" Demasiado tarde. Un último golpe termina con su vida.

Como flotando, noto como me levantan los brazos entre alaridos. Había ganado. Me falta el aliento. No puedo siquiera respirar por la fractura. Debo tener una costilla rota y el muñón que antes fue mi nariz tampoco ayuda. El cadáver lleno de sangre y tierra yace en el suelo y nadie lo atiende. Solo hay ojos para mí. El hombre que asesinó a su mejor amigo por el liderazgo de una banda que ni siquiera le importaba...

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